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Monasterio de San Jorge en Dolina completamente destruido. GERVASIO SÁNCHEZ

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León

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Decenas de personas llevan toda la noche esperando ante la puerta de un banco en Izium para cobrar la pensión, pero los fondos se han acabado poco antes del mediodía. En rostros envejecidos, ojerosos y cuarteados hay lágrimas, frustración y desesperación. Los ancianos han vivido durante meses una ocupación rusa extrema con ejecuciones extrajudiciales, torturas, en definitiva, crímenes de guerra.

Vasil Volkov, conductor de camiones desde la época soviética, afirma que no cobra su pensión de 2.200 grivnas (55 euros) desde julio. Pero no quiere quejarse: «Al menos hay gas, agua y luz en casa». Lena Litvinienko llora mientras observa el tumulto que se han formado ante la puerta cerrada del banco. Está a la espera de su turno. «Esta oficina la abrieron en noviembre, dos meses después de que los rusos se retirasen, y he recibido una

ayuda especial de seis meses de 50.000 grivnas (1.250 euros) para dar de comer a mis hijos», explica mientras se seca las lágrimas.

Terror

«Escuchábamos disparos que parecían ejecuciones. Los detenidos eran torturados en la ciudad»

Muchos edificios residenciales (hasta el 80% según fuentes oficiales) de esta ciudad de 50.000 habitantes sufrieron daños cuantiosos o se desplomaron durante la batalla ocurrida en marzo de 2022 entre soldados ucranianos y rusos con la utilización de artillería pesada. Tras intensos combates, la ciudad se mantuvo ocupada por el ejército ruso hasta setiembre.

Unos días después de la retirada fueron descubiertas varias fosas comunes con 447 cuerpos. Según informes de las autoridades ucranianas y algunos periodistas extranjeros testigos de las exhumaciones, las fosas contenían cuerpos tanto de soldados como de civiles, incluidos niños. Algunas de las víctimas mostraban las manos atadas y signos evidentes de torturas antes de ser ejecutadas por las fuerzas de ocupación rusas. La mayoría de las tumbas eran individuales aunque había una fosa con 17 cuerpos de soldados ucranianos.

Pensionistas ante el banco de Izium. GERVASIO SÁNCHEZ

El campo santo está situado al lado del viejo cementerio de Izium. Los centenares de fosas individuales vacías están adornadas por cruces de madera. Los cuerpos fueron exhumados y todavía están en proceso de identificación para aclarar las causas de la muerte. La antigua posición militar rusa es fácilmente visible. Hay grandes pozos de tierra excavados para esconder y proteger a los tanques rusos de los bombardeos ucranianos.

Trincheras

«Los rusos se atrincheraron en Kamiamka y lo hicieron primera línea de combate»

A unas decenas de metros del cementerio vive Serguei Cherniak en la calle Shakespeare, 6. «Pasé toda la ocupación escondido en mi casa con mi mujer Ludmila. Los intercambios de proyectiles entre ambos bandos pasaban por encima de mi casa», recuerda.

«Llegaban muchos coches con fallecidos y los enterraban en el bosque. También escuchábamos disparos de lo que parecían ejecuciones. Los detenidos eran torturados en la ciudad»; explica.

Su vecina Tamara Moros, que vive en el número 9 de la misma calle, señala el lugar exacto de las posiciones de los tanques y también la cocina donde los soldados rusos comían. «Al principio de los combates los cuerpos se enterraban en los jardines de las casas porque era muy peligroso abandonar los escondites. Cuando la administración rusa empezó a tomar decisiones decidieron trasladar a todos los muertos a este viejo cementerio de 1926», comenta.

Entre las personas exhumadas posteriormente aparecieron personas fallecidas de muerte natural, víctimas de los combates y los bombardeos y otras ejecutadas extrajudicialmente tras ser torturadas. Decenas de cuerpos afloraron con las manos atadas a la espalda.

Su marido Gregory Moros se queja de que «una amplia zona que rodea el cementerio está minada y ya no puedo ir a recoger champiñones». «Los cuerpos eran enterrados con poca profundidad y muchos acabaron desenterrándose cuando llegaron las lluvias. Se veían sus caras entre la arena húmeda. No fueron capaces de enterrar a los muertos con dignidad», reflexiona.

El matrimonio invita a visitar las viejas tumbas de familiares fallecidos hace décadas. El itinerario es resbaladizo por culpa de una capa de hielo fijada al suelo por el intenso frio nocturno. Algunas zonas del cementerio fueron alcanzadas por los proyectiles. Hay lápidas de mármol partidas por la mitad y muchos árboles de gran altura yacen derribados sobre las tumbas.

Gregory se para frente a sus abuelos y se queda unos minutos pensativo. «Nunca hubo problemas entre los rusos y los ucranianos en este país. Pero tras la invasión ya nunca será lo mismo», reflexiona antes de regresar a casa junto a su mujer. Por el camino es visible la cola de un proyectil enterrado al lado de dos tumbas disparado desde un sistema múltiple de lanzamiento de cohetes soviético conocido como Grad.

Los 70 kilómetros entre Izium y Kramastrok resume el parque temático de la guerra. Los puentes que rodean Izium están derribados y hay centenares de edificios derruidos. A unos 10 kilómetros por carretera se encuentra la fantasmagórica aldea de Kamianka, donde antes de la guerra vivían 1.226 personas, hoy completamente arrasada. Los habitantes tuvieron tiempo para recoger algunas de sus pertenencias y huir. La inmensa mayoría de los vehículos destruidos son militares, la mayoría de origen ruso.

Columnas de tanques y blindados no se retiraron a tiempo y quedaron destrozados en los laterales de la carretera por la que hay que circular con cuidado por la espesa niebla y los boquetes en el asfalto. Los carteles de «Cuidado, minas» están por todas partes. Hay pisar con cuidado cualquier camino que une las casas carbonizadas porque pueden haber minas plantadas.

En la frontera entre la región de Jarkiv, a la que pertenece Izium, y Donestsk está la aldea de Dolina donde vivían 557 habitantes. Los rusos llegaron hasta menos de un kilómetro de la aldea, se atrincheraron y convirtieron al pueblo, hoy destruido, en la primera línea de combate con el ejército ucraniano.

Aquí se encontraba el monasterio de San Jorge, un importante emplazamiento religioso donde vivían monjes y era visitado por feligreses de toda la zona. Varias bombas lanzadas desde aviones convirtieron el lugar en una impresionante montaña de escombros y ruinas.

Lo único que se ha salvado del derrumbe total es la cripta. Todavía hay restos de los bellísimos frescos que se ven si son alumbrados. Alguien ha dejado un pequeño recordatorio que muestra un retrato de Santa Natalia junto a una plegaria encima de una repisa.

Hay decenas de cajas vacías de proyectiles abandonadas a la entrada de una bóveda que permitía entrar en el monasterio y que ha sobrevivido milagrosamente. Alguien ha dejado una pequeña bomba sin explotar lanzada desde un dron.