La guerra en la mente nunca acaba
Viaje a un hospital en el frente de Donetsk, donde los civiles reciben asistencia sanitaria
Valerii Haltsov está atrincherado en el frente de Donetsk. Desde su posición, este soldado ucraniano puede ver claramente, y sin necesidad de prismáticos, la principal ciudad del Donbás, ocupada por las tropas rusas y anexionada oficialmente por Moscú el pasado mes de octubre. Su misión es evitar que los militares de Vladímir Putin continúen ganando terreno.
Lograrlo resultará caro. Las vidas que se pierdan serán cuantificables, pero las consecuencias a largo plazo son imprevisibles.
Sergii, un médico militar que nos recibe en un hospital camuflado cercano del frente, cuya ubicación no podemos revelar para evitar que sea bombardeado, señala el ejemplo de Estados Unidos en Vietnam, Irak o Afganistán para predecir lo que puede suceder. «El trauma psicológico puede ser permanente. Vemos soldados de veinte años que tienen la mentalidad de hombres de cuarenta, y están traumatizados por lo que han sufrido», explica Sergii, preocupado por la magnitud que está adquiriendo el problema.
«Al principio de la guerra, a partir de 2014, aquí recibíamos cuarenta heridos en nueve meses. Ahora tenemos cuarenta heridos cada hora», informa.
Haltsov es uno de ellos. Y él necesita tanto cuidados físicos como psicológicos. Afortunadamente, sus heridas no revisten gravedad. «Sufrí unas contusiones durante el combate», relata. Pero su mente no está donde debe. Y él sabe bien lo que eso puede provocar, porque su hijo, Artur Haltsov, se tiró del tercer piso de un hospital en Dnipro cuando tenía 24 años. «Fue uno de los primeros soldados que se enfrentó a los rusos, en 2014. Participó en un combate en el que solo él sobrevivió. Tuvo que recoger los pedazos de un compañero y ahí entró en ‘shock’», recuerda su padre.
Sufrir heridas incapacitantes y ver morir a compañeros son los dos grandes miedos de los soldados. «Algunos llegan con convulsiones, incapaces de coordinar su cuerpo por el ‘shock’. No tenemos problemas en el suministro de medicamentos, pero nos faltan psicólogos. Esperamos que especialistas extranjeros puedan venir a trabajar con nosotros», explica Sergii en uno de los tres edificios que ocupa el hospital.
Todo el equipo médico trabaja con miedo a ser bombardeado. «Tenemos distribuidos a los pacientes por todas partes, para minimizar el número de víctimas en caso de que nos ataquen, y lo mismo hacemos con los suministros», dice Olga Horin, jefa de enfermeras de un hospital que recuerda a los de campaña de la Segunda Guerra Mundial.
Cinco días y vuelta al combate
Los civiles, sobre todo ancianos residentes en los pueblos de los alrededores, «irreductibles que se resisten a marchar», reciben asistencia en camillas frente a ventanas tapadas por completo con sacos terreros, sin más privacidad que la de una sábana tendida de un lado a otro. A los militares solo se les dan primeros auxilios en los casos más leves, el resto es derivado a otros centros más seguros.
«Tratamos a quienes sufren depresión e irascibilidad, los problemas psicológicos que primero se manifiestan. Pero solo pueden estar un máximo de cinco días. Les convendría volver a casa, pero luego regresan al frente», cuenta Sergii.
El estado anímico del personal médico también sufre. «Somos profesionales y tratamos de distanciarnos de lo que vemos, de actuar con frialdad. Pero veo muchos veinteañeros que me recuerdan a mis hijos y es imposible no sufrir con ellos», admite el médico.
En el bando enemigo, las consecuencias no serán menores. «Yo creo que a los rusos les dan algo para combatir, porque siguen avanzando aunque les bombardeemos. Se acercan a cincuenta o setenta metros, los vemos morir y los oímos gritar cuando piden ayuda. A muchos ni los retiran del campo de batalla», afirma Haltsov.
A todo esto habrá que sumar el trauma colectivo de una sociedad que ha tenido que huir de sus hogares y vive con una incertidumbre múltiple: no sabe cuándo podrá regresar a su vida, si podrá ganársela como antes, y si en ella le acompañarán sus seres queridos. Es un estado de ansiedad a nivel nacional que crece cada día, porque los militares ucranianos ya no son solo profesionales: cualquier hombre puede ser llamado a filas, y cada vez son más quienes tienen que empuñar un fusil por primera vez.