Diario de León

Francia en jaque

La eterna partida de ajedrez que es la política no perdona los errores y Macron, habitualmente fino estratega, los ha multiplicado en los últimos tiempos. Ahora, debido a esos desaciertos, el país se encuentra en una encrucijada que resolverá esta noche. Una decisión entre seguir con un personaje que está rompiendo el tejido social francés, los peligros de la extrema derecha y una izquierda unida pero frágil.

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Adrian G. Cuervo

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La historia de Francia está plagada de genios estratégicos, gente adelantada a su tiempo que siempre iba al menos un par de jugadas por delante de sus respectivos rivales en la particular partida de ajedrez en la que se han ido jugando los intereses geopolíticos internacionales. Napoleón Bonaparte, Jacques Chirac y el actual presidente de la República, Emmanuel Macron. Algo que casi todos estos finos estrategas tiene en común es la temporalidad de sus éxitos, pues, todos se han topado con un problema al que no fueron capaces de hacer frente o al que tardaron demasiado en diagnosticar para que saliera bien: Napoleón dejó que su soberbia lo llevase a llevar dos guerras a la vez, Chirac disolvió la Asamblea Nacional y tuvo que convivir con un primer ministro de izquierdas, Lionel Jospin. Ahora todo indica que pasará lo mismo con Macron, a la espera de ver si su pareja de baile termina siendo de izquierdas, probablemente Mélenchon, o el candidato de extrema derecha, Jordan Bardella.

Disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones después de los resultados de las europeas, en las que la ultraderecha salió claramente ganadora, fue todo un órdago. Una apuesta a todo o nada en el corto plazo de la que Macron estaba convencido que solo podía salir ganador: a corto plazo si reiteraba su mayoría en el hemiciclo o a largo plazo si el Concentración Nacional (RN), partido ratificado por el consejo de Estado francés como de extrema derecha, se hacía con el poder, ya que Macron podría dedicar los tres años que le quedan de mandato a ponerles palo en las ruedas y dejar que el vacío de sus propuestas más allá de discriminar a los inmigrantes brillase a la luz del día.

El problema, como les ha pasado a todos sus predecesores que han terminado perdiendo sus batallas particulares, es que ha tardado demasiado en diagnosticar un problema que él mismo ha creado como consecuencia de su estrategia. Pensó que podría beneficiarse del ya tradicional cordón sanitario, en el que todo aquel que no es elector de extrema derecha da su voto al partido político que se enfrente a ella en la segunda vuelta, sea cual sea, pero esto —por su propio hacer y por la gente que le ayudó a ser quién es— se ha terminado.

Ascenso al poder

Emmanuel Macron no es de izquierdas, no es de derechas, ni es del centro. Es de lo que piensa que le ayudará a llegar al poder. Y así es como un antiguo banquero financiero de Rothschild terminó aprovechando las conexiones de su mujer, Brigitte, que después de darle clase a él en Amiens, les dio clases a los hijos de algunos de los personajes más influyentes del país en el liceo San Luís de Gonzaga, también conocido como el Liceo Franklin. Fue ella quien tejió una red de influencias estratégicas que terminó con la marcha de su marido del Partido Socialista y del ministerio de la economía después de promover una ley sobre la desregulación del empleo que fue muy mal recibida por el público para probar suerte como candidato a la presidencia de la República en los comicios de 2017.

Su candidatura fue extremadamente bien recibida. El candidato llegaba como una bocanada de aire fresco. No pertenecía a ningún extremo y venía a dinamitar el sistema de partidos. Se presentaba en contraposición total a un PS exhausto al que no le quedaba ni un ápice de fuerza política tras el desastroso mandato de François Hollande y Los Republicanos que perdía cada vez más terreno frente a una extrema derecha en ascenso constante desde que dieron la sorpresa llegando a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002.

Los medios de comunicación privados le dieron un gran recibimiento. Todo eran alabos a su plan de gestión ultraliberal en el que planeaba hacer recortes en el apartado social. Cabe destacar que la mayoría de medios franceses son poseídos por conservadores ultraliberales cuyas visiones se alineaban a la perfección con el proyecto político de Macron. Más beneficios para las empresas y menos prestaciones para la gente de a pie.

Toda esta atención y el cansancio con respecto a las opciones clásicas de la política francesa llevaron a que Macron se impusiese en lo que fue pequeña sorpresa en la primera vuelta con un 24% de los votos

Divide y vencerás

En ocasiones, las mejores estrategias son las clásicas. Haciendo caso a un precepto político que remonta a la Grecia antigua, aunque es probable que lo haya sacado de la historia de Roma de la que parece ser bastante aficionado, pues se ha comparado en varias ocasiones de forma muy humilde con el dios Júpiter, el más importante de todos El ya presidente puso en marcha su plan para deslegitimar y demonizar a la izquierda moribunda izquierda, en la que solo Francia Insumisa (LFI), presidida por Jean-Luc Mélenchon, otro escindido del Partido Socialista, tenía fuerzas para convertirse en una preocupación al mismo tiempo que rehabilitaba la imagen del RN, el partido de extrema derecha francés, fundado originalmente por miembros de las Waffen-SS, una subdivisión Nazi establecida en Francia durante la ocupación con el objetivo de arrinconar al otro gran partido histórico francés, Los Republicanos, ya que por un lado estaría la ultraderecha y, por el otro, el partido presidencial, La República en Marcha.

El plan contó con la complicidad de la prensa, que colaboró en la expulsión de la izquierda del «arco republicano», con multitud de tertulianos calificando a la izquierda de «islamo-izquierdistas» por defender el derecho de los musulmanes a practicar su religión y no condenar a toda una comunidad por los crímenes que puedan cometer algunos de sus miembros.

El ataque terrorista de Hamas en Israel el 7 de octubre de 2023 no hizo más que echar aceite al fuego, pues la izquierda francesa condenó los actos de forma inmediata. pero se tomó un tiempo antes de considerarlos como ataques terroristas y no apoyaron el «derecho a defenderse» de Israel por considerar como desmedida la respuesta bélica que desembocó en el genocidio que está siendo perpetrado ahora mismo. Por si esto fuera poco para ensuciar la imagen de LFI, algo que los medios y sus adversarios políticos hacen de buena gana, alguno de sus representantes, como David Guiraud, tuvo declaraciones desafortunadas hacia el pueblo judío, generalizando de la forma que suele hacer la extrema derecha con árabes y musulmanes. No hizo falta más para que fueran calificados por antisemitas al tiempo que la extrema derecha francesa, con orígenes nazis en la creación de su partido y cuyo antiguo líder y padre de la actual presidenta del partido, porque todo queda en familia, Jean-Marie Le Pen tiene un historial de declaraciones negando el holocausto y diciendo que «si fuera real, no sería más que un detalle de la II Guerra Mundial» se alzaba como el gran apoyo del pueblo judío. Vamos, un circo político en el que todo es oportunismo. El pan nuestro de cada día.

Esto, en un país que no tiene especial aprecio hacia la religión musulmana, hizo mucho para amedrentar la imagen de la izquierda, a la que en ocasiones vinieron mal las formas de Mélenchon, que se mostró en ocasiones muy seco y agresivo con la prensa además del escándalo de violencia de género de Adrien Quatennens, que parecía destinado a ser su sucesor.

Este plan, como ya fue dicho antes, radicaba en el tradicionalmente fuerte cordón sanitario que existía con la extrema derecha. Incluso la derecha que se quería moderada, el partido histórico de Los Republicanos, que cada vez se acercaba más a la extrema derecha en sus propuestas sobre inmigración y economía a favor de las grandes fortunas y, a menudo, en perjuicio de los más desfavorecidos, se negaban rotundamente a ser siquiera nombrados en la misma frase que los ultras.

Esta estrategia funcionó a las mil maravillas a lo largo de su primer mandato. Ni la gestión del Covid, en la que prometió que la mascarilla no iba a ser obligatoria, pero luego sí lo fue, aseguró que no habría confinamiento hasta el día anterior a anunciarlo con efecto inmediato e impuso un sistema de permisos para salir digno de un pase para ir al baño en películas de instituto estadounidenses, ni los hospitales absolutamente desbordados, sin camas libres incluso meses después de los picos de la pandemia, cosa que sigue pasando a día de hoy, ni el descenso de las prestaciones sociales y su proyecto de reforma de las jubilaciones que empujaría la edad límite de 62 a 64 años le pasaron factura y fue reelegido presidente tras enfrentarse a... ¡Sorpresa! La extrema derecha liderada por Marine Le Pen, que alcanzó máximos históricos con un 33,9% y en el que Francia, por primera vez, escuchó el murmuro de una extrema derecha que se sentía de verdad a las puertas del poder.

Todo tiene consecuencias

El problema en esto de legitimizar a un partido que llega sistemáticamente a segunda ronda en todos los comicios que se celebran en el país desde hace ahora 22 años, es que todo en la vida es sujeto a cambio, y si movemos la ventana de Overton lo suficientemente a la derecha con la legitimización de un discurso aún más radical que el de la formación presidida por Marine Le Pen con toda la atención otorgada al ex polemista y ya entonces condenado multiples veces por incitación al odio racial y religioso hacia los musulmanes Éric Zemmour y su partido «Reconquista» que hizo pasar a la hasta entonces extrema derecha por una formación moderada y, además, dejamos a los partidos políticos históricamente más importantes del país al borde de la muerte (Los Republicanos no alcanzó el 5% y el PS quedó por debajo del 2%) estos tendrán que buscar alianzas para sobrevivir, y eso fue lo que hicieron. Los socialistas se unieron a la Nueva Unión Popular, Ecológica y Social (NUPES) de cara a las legislativas de 2022, pero las fricciones internas siempre fueron públicas, con líderes de distintas corrientes contradiciéndose los unos a los otros en multitud de ocasiones y lanzándose indirectas de lo más directas. Por otra parte, los «republicanos» terminaron en una guerra interna que llevó al líder del partido, Éric Ciotti, a atrincherarse en su despacho después de declarar que quería una candidatura única con el RN en las elecciones europeas que han desembocado en la situación actual.

La caída

Macron siempre ha gustado de tener ministros rotativos: Son frecuentes las remodelaciones de su ejecutivo, cuyos ministros parecen más de usar y tirar que otra cosa, con nuevos nombres que, según lo demostrado a lo largo de los años, traerán polémicas más grandes que sus predecesores. Es el caso de la ahora ex-primera ministra, Élisabeth Borne, tercera persona en ocupar ese puesto en el mandato de Macron y que duró... un año y siete meses en el cargo. Será recordada por la historia como la primera ministra del 49.3. ¿Que qué significa ese número? Es el artículo de la Constitución francesa que permite esquivar al Parlamento y hacer pasar un proyecto de ley por la fuerza Este artículo ha sido utilizado un total de 23 veces, entre otras cosas, para aprobar los presupuestos del Estado y la reforma de las jubilaciones pese a que esta tenía una tasa de desapruebo de más del 80% entre la población francesa.

En el Ministerio del Interior, en el que Christophe Castaner, que era el segundo ministro del interior de Macron, fue reemplazado en 2020 por Gérald Darmanin, quien fue acusado de agresión sexual y admitió haberse aprovechado de su puesto precedente para obtener favores sexuales a cambio de contrapartidas y cuya línea es tan extrema que le llegó a decir a Marine Le Pen que «estaba siendo muy blanda con los inmigrantes y necesitaba tomar vitaminas».

Otra ministra que ayudó a arruinar la ya frágil reputación del partido presidencial es Amélie Oudéa-Castéra, que fue nombrada ministra de la Educación Nacional y, poco después, se descubrió que sus hijos estudiaban en un colegio privado, algo que justificó diciendo que «hay muchas ausencias de profesores que no son sustituidos», algo que es responsabilidad suya.

Las elecciones europeas vinieron mal dadas debido a la escasísima popularidad del ejecutivo y con una serie de encuestas que daban a pensar que el partido macronista podría, por primera vez, perder unas elecciones resultados fueron claros: El macronismo no solo había dejado de ser la fuerza más votada en el país, sino que obtuvo menos de la mitad de los escaños que la extrema derecha (30 para los ultras por 13 para el partido presidencial, ahora denominado «Renacimiento»).

Las cosas no estaban yendo como previsto y ahí es cuando Macron lanzó su gran ofensiva. El punto álgido de su estrategia: una «granada a las piernas de sus rivales» según sus propias palabras: disolver la Asamblea Nacional y anunciar elecciones tan solo tres semanas después del anuncio. Con la NUPES recién disuelta justo antes de los comicios y la extrema derecha subiendo pero todavía corta como para llegar al poder, esta era la jugada maestra de Macron, el jaque-mate al resto del panorama para recuperar su influencia en la política del país.

Lo que pasa es que no todo sale siempre bien y hasta el más fino estratega puede equivocarse, como viene siendo el caso últimamente. François Ruffin anunció la misma noche que era necesario reunir a la izquierda. Cosa hecha en menos de 24 horas con la creación del Nuevo Frente Popular, con un programa muy similar al que había propuesto años antes. Macron se enfrentaba entonces con dos enemigos más fuertes que él: una izquierda con unas ideas constantes y una ultraderecha que se contradice sin parar pero que cuenta con el apoyo indisoluble de parte de la sociedad y que muchos franceses piensan, de forma equivocada, que «va siendo hora de darle una oportunidad, ya que nunca se ha probado». A esos remitiría a la Francia de Vichy, porque sí, hubo extrema derecha al poder en Francia. La última vez se hicieron con él a base de tanques y con la colaboración de la burguesía local, que rezaba «Plutôt Hitler que le Front Populaire» (Antes Hitler que el Frente Popular). Ahora, sus hijos políticos, tras un lavado de imagen conseguido en tiempo récord gracias a la complicidad tanto de los medios como del ejecutivo, pueden llegar al poder porque un hombre que se compara con dios divisó esa estrategia para hacerse con el poder, pero falló en sus cálculos. En el ajedrez, los fallos se pagan caros. Esta noche sabremos los resultados, pero no solo Macron, sino Francia entera, por sus estrategias, se encuentra en jaque.

Las perlas del partido de Le Pen

La extrema derecha cuenta entre sus filas con algunas de los perfiles más polémicos del panorama político. El media francés Mediapart sacó a la luz una lista de candidaturas «problematicas», como la Annie-Claire Jaccoud Bell, que protagonizó en 1995 una toma de rehenes armada de una carabina que se llegó a disparar sin herir a nadie.

Ludivine Daoudi se fotografió con una gorra de la Luftwaffe (división del ejército del aire nazi). Subió la foto a sus propias redes.

Thierry Mosca, candidato titular en el Jura, no podrá asumir el cargo en caso de ser elegido ya que ha sido declarado como «deficiente mental» y necesita estar bajo tutela, por lo que no puede ser un representante del pueblo francés.

Julie Apricéna, candidata suplente en la tercera circunscripción del Cher, se ha fotografiado llevando una camiseta que rezaba «Orgullo blanco mundial» junto a conocidos neonazis.

Éric Sarlin propuso, durante la pandemia, soltar cerdos en los barrios con presencia musulmana para hacer respetar el confinamiento.

Michèle Alozy, envalentonada tras conseguir un 40% de los votos en la primera vuelta de estos comicios, colgó en Facebook un mensaje que decía «Por una Francia purificada y segurizada, todos con Jordan Bardella».

Joëlle Mélin aseguró que los inmigrantes provenientes del continente africano «están mejor en su habitat natural.»

Y así hasta no menos de 70 candidaturas del RN.

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