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León

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Mientras las dos últimas legaciones comunitarias, las de Francia y Grecia, se disponen a echar el cierre, prosigue el ajetreo habitual en las calles de Bagdad y continúan llegando nuevas expediciones de pacifistas de todo el mundo, en un último intento de impedir lo que todos aquí consideran inevitable. Si la unión hace la fuerza, la suma de voluntades de los brigadistas internacionales parece inclinar la balanza del lado de la solución pacífica, pero a todos, bagdadíes y extranjeros, les puede más no ya el pesimismo, sino la certidumbre de las bombas. «Llevamos sufriendo tantos años... Qué más da otra cosa», dice con resignación Mazen, estudiante de secundaria. Bagdad es hoy una ciudad apenas cariacontecida, permanentemente colapsada y que saca fuerzas de flaqueza hasta el punto de no descuidar las tareas de mantenimiento del mobiliario urbano (limpieza y reparación de aceras, siembra de arriates de flores en las medianas, etc.), como si su cotidianeidad fuese totalmente normal y no un estado de máxima excepción. Tal vez por eso florecen por doquier nuevas construcciones, que a la luz de los acontecimientos por venir no pueden sino revelarse ilusas. Al bullicio habitual se añade el ir y venir de activistas extranjeros de todo tipo y condición, entre la conciencia y el folclore. Los últimos recién llegados son un grupo de 25 brigadistas españoles pertenecientes al Comité de Solidaridad con la Causa Árabe y la Campaña Estatal por el Levantamiento de las Sanciones a Irak. Brigadistas y religiosos Para acallar el fragor de la preguerra, el grupo interconfesional Religiones por la Paz emprende a partir de hoy una marcha desde la ciudad de Samara (140 km al norte de Bagdad) hasta la capital iraquí, adonde está previsto que llegue en la tarde del día 17. Forman la expedición cuatro monjes budistas (un japonés, un ruso y dos ucranios), una delegación de la plataforma Madres de Soldados Rusos y activistas de International Peace Workers. Su lema es «¡Creemos en los milagros!», y su objetivo, denunciar las condiciones en que crecen, sobreviven o mueren los niños iraquíes. Al paso de la marcha de paz, animada por el sonido de los tambores budistas, los organizadores pretenden incorporar a todos aquellos niños -acompañados de sus padres- que lo deseen. El fin de fiesta será en Bagdad, al anochecer del próximo día 17 y a las orillas de un Tigris iluminado por la luna llena. A modo de mensaje en la botella, cientos de velas flotantes quedarán a la deriva, poco más o menos como ese mismo día la paz.

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