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León

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El islamista Recep Tayyip Erdogan, convertido en el hombre más popular de las escena política de Turquía, fue nombrado ayer primer ministro y anunció algunos cambios, aunque limitados, en su Gobierno. Su primer cometido a la cabeza del Ejecutivo, en el que deberá decidir el despliegue de militares estadounidenses en el país, podría causar el descontento de una gran mayoría de la población turca. Erdogan es partidario del desembarco de los marines en su país para atacar el norte de Irak. Su nombramiento por el presidente, Ahmet Necdet Sezer, le permitirá al menos tomar abiertamente las riendas del Gobierno, del que fue apartado hace cuatro meses a causa de una decisión de la Justicia que le inhabilitó para presentarse en las elecciones legislativas de noviembre. No obstante, dirigió desde la sombra al país junto a su mano derecha, el primer ministro saliente Abdulá Gul, quien ayer presentó su dimisión para permitir que Erdogan le relevara en el puesto. Las reformas de las leyes electorales adoptadas en el Parlamento, donde su partido posee una mayoría aplastante, le permitieron conseguir una participación y victoria el pasado domingo en unas elecciones legislativas parciales en Siirt, en el sureste del país, último requisito exigido para que pudiera convertirse en primer ministro. Erdogan no señaló si tiene previsto pedir pronto al Parlamento una nueva votación sobre la cuestión del despliegue de tropas estadounidenses en el país, del que él es partidario, en previsión de una posible invasión de Irak, desembarco que el Parlamento rechazó el pasado 1 de marzo. Recep Tayyip Erdogan, de 49 años, es un ex islamista encarcelado por sedición, que actualmente no cesa de reafirmar su adhesión al Estado laico. Por su carisma, supo seducir a su país, pero el hecho de que su mujer y sus dos hijas lleven el velo islámico preocupa a la sociedad laica, muy occidentalizada. Pero en un país en crisis, donde un millón de personas han perdido su empleo en 18 meses y en la que numerosos electores afirmaban estar cansados de una «vieja clase política», en gran parte corrompida, Erdogan supo conectar, ante la sorpresa general, con el electorado.

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