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Publicado por
León

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Serbia derrotó a Slobodan Miloseivic gracias a la gestión de dos héroes: Vojislav Kostunica, el hombre que venció al dictador en las urnas y Zoran Djindjic, el genial estratega que derrotó a su enemigo con las armas de la intriga y las alianzas políticas más atrevidas. Casi tres años después de la victoria histórica, Kostunica no tiene empleo y Zoran Djindjic está muerto. Un epílogo dramático para uno de los capítulos más extraordinarios de Serbia. El asesinato del político serbio, que fue bautizado por sus compatriotas como el «emblema de la democracia» de Serbia, marca el comienzo de una nueva época en la agitada y sangrienta historia del país. Pero ahora, a diferencia de lo ocurrido en octubre del 2000, el futuro es incierto y no existe un líder capaz de aunar las fuerzas que derrotaron a Milosevic. «Milosevic tendrá que irse, pero el precio que habremos pagado será terrible», confesó el político mártir, en junio de 1998, cuando aún era un dirigente de la oposición serbia. Zoran Djindjic no defraudó a Occidente, pero no logró poner orden en el país destruido que heredó cuando Milosevic fue derrotado. En los últimos dos años, hizo demasiado poco para combatir el crimen organizado y cuando parecía que había decidido luchar contra las bandas, dos balas de grueso calibre pusieron fin a su vida. El asesinato de Djindjic, aparte de poner en entredicho la cooperación entre Occidente y Belgrado, en especial en el capitulo de detener y extraditar a los criminales de guerra, puede marcar el comienzo de una sórdida lucha por el poder en Serbia y despertar las viejas rivalidades entre los partidarios de Kostunica y el resto de los partidos que apoyaban al Gobierno de Djindjic. Pero ayer, Kostunica deploró el asesinato de su ex aliado y advirtió que el crimen era una prueba más de que el terrorismo en Serbia había que combatirlo sin piedad. «Es una acción desesperada de los terroristas violentos que desean regresar al autoritarismo de Milosevic», señaló desde Bruselas, el secretario general de la OTAN, Lord Robertson, al condenar el crimen, «Ellos no ganarán. ¡Ellos no deben ganar!».

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