Diario de León

EN EL CORAZON DEL CONFLICTO. D. Beriain (enviado especial)

Silencio en la frontera

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Si me quedo en Silopi, a partir de mañana seré un periodista mudo. Hoy han llegado las nuevas normas del Gobierno. Una cosa de locos. Las han puesto en el lobby del hotel, pegadas a una columna como un edicto municipal de cualquier pueblo. Pero en turco, claro. Se hace saber... Pues para empezar las nuevas normas dicen que no se puede entrevistar a ningén habitante del pueblo sin permiso, lo que equivale a que no se nos permitirá hablar con nadie. Vamos, que puedes estar comprando el pan e infringir las normas. Tampoco se puede acceder a lo que llaman Silopi este. Pero bueno, ¿puede tener una ciudad de 60.000 habitantes un este y un oeste? Y para colmo nos van a obligar a llevar unos distintivos amarillos como si esto fuera la Alemania nazi y nosotros los judíos de los guetos. ¿Y qué me dicen de las fotos y de las imagenes de televisión? No se pueden fotografíar soldados, a pesar de que están por todas partes, ni instalaciones militares ni ... ¡los aviones cuando sobrevuelan la ciudad! Turquía ha decidido que las cosas sean así. Periodista bueno, periodista mudo. Debe ser por lo que está pasando a nuestras espaldas, a poco menos de diez kilómetros de aquí. Allí el Ejército turco está haciendo de las suyas, colocando una potencia de fuego suficiente como para inquietar a toda la región. Total, que aquí estamos esperando que Bush diga cuándo empieza la guerra y con la impresión de que, para Turquía, ya empezó hace mucho tiempo. Es su propia guerra. Y para ganarla tiene muy claro que la prensa solo le sirve para una cosa... tocarles las narices. Así que en el hotel y calladitos. Esta puede ser la última ducha, la última pepsicola, el último desayuno en Matilda. Los marines de la Primera División abandonan el campamento con la sensación de que este nuevo ensayo general puede convertirse en la hora de la verdad. «Nos vemos en la guerra», se despide de forma premonitoria uno de los marines de sus vecinos de tienda mientras trepa a su vehículo. El impacto del anuncio del discurso de George Bush fue tan fuerte que medio campamento se despertó a las cuatro de la madrugada para seguirlo a través de varias radios de onda corta. Trece minutos bastaron para que a ninguno de los que escuchaban al presidente le quedasen dudas sobre su papel en las próximas horas. A las seis de la madrugada, como siempre, hubo toque de diana y a las 11 de la mañana todo Matilda estaba ya embarcado en camiones militares. En realidad, el ejercicio táctico estaba previsto desde hace una semana y es el tercero que se produce en los últimos meses. Pero a nadie se le escapa aquí que cuando toque volver habrá expirado el plazo de 48 horas concedido a Sadam y a sus hijos para abandonar el poder. Se supone que en estas circunstancias el ambiente debería ser tenso, pero, curiosamente, es más relajado que nunca. Quizás porque la suerte está echada.

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