OPINIÓN Pedro Crespo
La fuga de Sadam
Ojalá no dure demasiado el tiempo de las especulaciones sobre el destino de Sadam. Ojalá los deseos de la mayoría se abran paso y, en un plazo razonable, antes de que el aburrimiento nos invada, sean identificados, tal vez por su ADN, los supuestos restos del dictador, para tranquilidad de los que buscaban su neutralización, o sepamos dónde se encuentra, con o sin bigote, aunque no sea más que el nombre del continente en el que haya decidido instalarse. Con todo y los satélites-espía, los agentes de la CIA y los del Mossad israelí, no parece fácil que la incógnita de su paradero se despeje definitivamente en los próximos días o las semanas que vienen. Sadam llevaba más de diez años preparando su huída. Justamente desde que los blindados que mandaba el general Schwarzkopf dieron media vuelta en su camino a Bagdad, por orden del presidente Bush senior. Sadam, en la llamada guerra del Golfo, debió de verlo rotundamente claro: por más que hiciera alusiones a la madre de todas las batallas, y a su convicción de ganarla a las fuerzas del mal de Occidente, sus fuerzas armadas nada tenían que hacer frente a las de la coalición de 29 países, las que le obligaron a vomitar con urgencia el país -Kuwait- que se había engullido por las buenas, por el terrible crimen de ser su vecino. Acaso daten de aquel entonces los túneles que comunicaban uno u otro de sus palacios con los dos aeropuertos, el civil y el militar, y con la única vía del ferrocarril y las carreteras que salían de Bagdad. Sin embargo, un somero análisis de la situación, pese a las manipulaciones de la cadena Al Jazeera sobre el escenario de algunas de las supuestas reuniones del dictador con su gabinete de guerra, lleva a la conclusión de que, como muy tarde, en el momento en que se iniciaron los bombardeos de la coalición anglo-americana, previamente anunciados al mundo entero con el concurso de los inspectores de la ONU y de parte del Consejo de Seguridad del citado organismo, Sadam debió de protagonizar su fuga, mucho antes de que fuesen cayendo, como fichas de un dominó gigante, las distintas ciudades hasta llegar a la capital. Sus dobles le habrían servido para animar a sus partidarios y de reclamo para sus perseguidores. Que no se le encuentre pronto será otra señal inequívoca del fracaso de los agentes secretos y los espías en general y de los servicios de inteligencia occidentales más concretamente. Mal material para Hollywood, en suma, aunque el rescate de la soldado herida del hospital iraquí sirva, sin duda, para un telefilme de los de después de comer.