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León

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La Hoja de Ruta que el Cuarteto de Madrid ha propuesto como un plan para reanudar el proceso de paz entre israelíes y palestinos, estancado desde hace 28 meses, es un proyecto que refleja las aspiraciones básicas de ambos pueblos. Esas aspiraciones indiscutibles son dos: para la mayoría de los israelíes, la de ser aceptados dentro de unas «fronteras seguras y reconocidas», y para la mayoría de los palestinos, la de ver cristalizar su independencia nacional en un Estado soberano. Pero el principal riesgo para su éxito lo representan las minorías extremistas de ambos pueblos, que han desarrollado una serie de ilusiones que enturbian la claridad meridiana del texto conciliatorio de los diplomáticos del Cuarteto. La misión de Colin Powell no será fácil. «La Hoja de Ruta es peor que los acuerdos de Oslo, todavía vamos a extrañar aquellos acuerdos», declaró enfadado el ministro de Asuntos Estratégicos, Uzi Landau, antes de reunirse Powell ayer con el jefe del Gobierno israelí, Ariel Sharón, en Jerusalén. El plan de paz del Cuarteto, a diferencia de los acuerdos de Oslo, incluye claramente la creación de un Estado para los palestinos con fronteras provisionales este mismo año, y con las definitivas cuando ambos pueblos pacten la paz hacia el 2005. Landau, del ala ultranacionalista en el Gobierno de Sharón, está entre los 53 miembros, entre ministros de Estado y legisladores de la coalición, en un total de 68, que se oponen al establecimiento de un Estado para 3,6 millones de palestinos. Desde que Israel conquistó militarmente esos territorios en la guerra de 1967, la derecha y los colonos hebreos que se establecieron con más de 150 asentamientos, abriga la ambición de anexionarlos, en especial los de Cisjordania, Samaria y Judea bíblicas, la de la «Tierra Prometida». Los grupos extremistas del nacionalismo palestino, empeñado en la lucha contra la ocupación israelí parecen no conformarse con su batalla por la autodeterminación nacional, y han desarrollado en estos años la ambición de lograr la «desaparición» del Estado judío, establecido en 1948. Una de las expresiones de ese maximalismo es el reclamo del derecho del retorno al territorio de Israe para cuatro millones de refugiados palestinos de la primera guerra árabe-israelí y sus descendientes en Cisjordania, Gaza y en los países árabes vecinos. El ex primer ministro Simón Peres, que aboga por la creación de un Estado palestino junto al del pueblo judío, afirmó ayer que «jamás aceptará un gobierno de Israel el derecho del retorno». Las facciones islámicas como Hamas y la Yihad en el alzamiento contra la ocupación, por su parte, inspirados por la expulsión de los cruzados que hace un milenio llegaron a Jerusalén para rescatar el Santo Sepulcro, alimentan el anhelo de expulsar a los israelíes, a cuyo Estado no reconocen, de estas «tierras sagradas del Islam». La «demonización» en que por vía de sus extremistas cayeron ambos pueblos que luchan por un mismo territorio de menos de 30.000 kilómetros cuadrados es la enfermedad ideológica que viene a «curar» la Hoja de Ruta. El plan del Cuarteto constituye una esperanza para israelíes y palestinos. Los israelíes podrán llegar a la paz no sólo con los palestinos, sus vecinos, sino con el mundo árabe. Unicamente Egipto en 1979 y Jordania en 1994 han firmado acuerdos de paz con Israel. Los palestinos, que nunca gozaron de independencia en Palestina, por primera vez gozarán de ella en un Estado viable y con el respaldo económico de EE.UU. y de la UE para su construcción.

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