OPINIÓN
A la orden
COMO en las buenas funciones de teatro, los actores conocían bien el guión y lo interpretaron según lo previsto: el presidente Bush y los primeros ministros palestino, Abu Mazen, e israelí, Ariel Sharon, dijeron ayer en Áqaba, tras la esperada cumbre tripartita, exactamente lo que se esperaba y pusieron en marcha la Hoja de Ruta. La cumbre visualizó la vuelta de Washington al activismo diplomático y político en la región, el abandono del perfil bajo que, ingenuamente, la administración republicana intentó observar ante el conflicto. Bush asumió un compromiso personal en la resolución sólo días antes del ataque a Irak. Los protagonistas, pues, cumplieron a rajatabla: Abu Mazen dijo que los palestinos van a desmilitarizar la Intifada y a abandonar violencia y terrorismo porque tal es su interés nacional; y Sharon que, pues Israel es un Estado de derecho, comenzará a desmantelar las colonias ilegales y comprende la importancia de la contigüidad territorial del Estado palestino, lo que supone desmontar otras antiguas. Lo mejor de los discursos lo dijo, empero, Bush: la Tierra Santa debe ser repartida entre dos estados, Israel y Palestina, viviendo en paz uno junto al otro (...) como si hubiera olvidado que Palestina (la Tierra Santa) ya fue repartida una vez, por la ONU, en 1947. El estado palestino-árabe previsto en la mitad árabe nunca fue creado y el de Israel, que sí lo fue al año siguiente, ha ido acumulando con anexiones hasta más del 75% del total, sin contar la meseta siria del Golán. ¿Y los desacuerdos? Aparcados. Hamas ha prometido una larga tregua a Abu Mazen, pero haciendo saber que no depone las armas. El primer ministro palestino rehusó firmar una declaración común con Israel porque se le exigía reconocerlo como Estado judío, lo que va contra su -inalterable en principio- derecho al retorno. El corazón del problema, aparcado. Ayer era el día del acuerdo sobre el método, las buenas palabras y la aceptación sin más de un mediador que se llama George Bush. A la orden.