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e.g. gascón | áqaba
León

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El martes, en la víspera de la cumbre de Aqaba, una ciudad célebre por las correrías de Lawrence de Arabia durante la Primera Guerra Mundial, los edificios oficiales aparecían engalanados para la ocasión con sus mejores lujos. Y las banderas no podían faltar. Eran banderas de todos los colores pero la delegación israelí observó el pequeño detalle de que su bandera no había sido izada. Las protestas no tardaron en llegar y, ayer, la bandera israelí ocupaba su lugar correspondiente junto a las de Jordania, Estados Unidos y los palestinos. El protocolo es el protocolo. La cumbre se celebró en uno de los palacios que el rey Abdalá tiene diseminados por Jordania. El palacio de Áqaba se llama Bait al-Bahar (Casa del Mar) y su fachada da al mar Rojo, rico en corales y paraíso para los submarinistas. En la cumbre no se vivió la tensión que afectó a los participantes en la cumbre de Sharm el-Sheij. La cumbre egipcia se vio retrasada durante dos horas porque Colin Powell se empeñó en que los países árabes normalizaran las relaciones con Israel antes de que Israel se retire de los territorios ocupados. Abu Mazen es un hombre más maleable que Arafat. Para el primer ministro palestino lo importante son las formas y no parece dispuesto a propiciar los desplantes característicos de su presidente. Para Sharon las formas también son importantes, quizá más importantes que el fondo de las cuestiones. De momento los dos hombres no han chocado. Sharon sabe que si Abu Mazen desaparece, la violencia volverá a ser el pan de cada día. Sharon regresó a Israel por la tarde y en su país le esperaba una noticia: los servicios de seguridad advirtieron al primer ministro que desde hoy se ha convertido en un objetivo, no de los palestinos sino de los extremistas judíos. Alguien a quien hay que eliminar.