Diario de León
Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

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EL VIEJO Giscard, a quien algún observador liviano ninguneó en su día porque es septuagenario, ha hecho un fantástico trabajo. Y ayer, en la cumbre de Salónica saboreó su segundo minuto de gloria -el primero fue la ovación cerrada en el Parlamento europeo- cuando presentó el proyecto de Constitución para Europa elaborado por la Convención que él preside. El ex presidente francés (liberal-conservador) Giscard d¿Estaing, un aristócrata republicano, se refiere, incluso por escrito, a los 105 delegados de cada país a la Convención como convencionales y para el público culto europeo la palabra tiene todavía una resonancia: tras la caída de la monarquía en Francia, los revolucionarios crearon una Convención que encarriló bien las cosas allí, salvó al régimen probablemente, y gobernó tres años difíciles el país (1792-95). Los convencionales de ahora, doscientos años después, parecen haber sido bien conscientes de que su tarea era también una fundación. Más precisamente, una refundación tras los dos grandes hitos de la Unión Europea: los Tratados de Roma y Niza. La Constitución, que debe dejar al segundo en un mal recuerdo, permite por fin visualizar que la unidad europea es algo más que lo único que ha sido percibido hasta ahora como un gran instrumento «federador», el euro como expresión del mercado único. Tal es su virtualidad y con ella aparece y se instala la política, la gran política que entiende consagrar un orden no sólo democrático, sino una cosmovisión que sus autores, como los convencionales de Filadelfia (1787), pero sin su explícito tono religioso, y neo-bíblico, tienen por el reino de la libertad y el crisol del pensamiento autónomo bajo un canon moral kantiano de hecho: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí. Pronto llegará, empero, la hora de los reglamentos, el detalle formalmente técnico, y prosaico en realidad, del poder real de cada uno de los gobiernos... La batalla empieza ahora.

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