OPINIÓN
La dimisión de Abu Mazen
NO PODÍA durar y no ha durado más de cuatro meses. Mamad Abbas, conocido por su nombre de guerra, Abu Mazen, ha arrojado la esponja. Su dimisión representa un torpedo en la línea de flotación del plan de paz de los EE.?UU. y el cuarteto de Madrid, la llamada hoja de ruta. Lo que faltaba... ¿Y ahora, qué? Abu Mazen ocupó un cargo que no existía hasta el pasado abril, el de primer ministro de la Autoridad Palestina. A Yaser Arafat, bajo fuerte presión internacional, no le quedó otro remedio que aceptar al que durante años fue el «numero dos» de la Organización para la Liberación de Palestina, un hombre discreto, más bien reservado, intelectual y conciliador. Pero el aliado de las horas dramáticas se transformó de pronto para el que llaman el Viejo , Arafat, en un rival. De pronto, todo les separaba. Abu Mazen era el candidato de Estados Unidos, Israel y la UE. Pero falto de atractivo y magnetismo, ha alcanzado bajísimas cotas de popularidad, un 1,8 por ciento por un 21 por ciento de Arafat. El castillo de naipes levantado por EE. UU. e Israel en torno al hombre que quiso desmilitarizar la intifada se ha venido abajo. ¿Queda ya algo en lo que aferrarse para salvar el proceso de paz? Hay quienes cuentan con otra fuerte presión internacional para que Mazen vuelva al cargo. No hay alternativa a la hoja de ruta, pero ese teórico regreso, si se produjera ¿cambiaría algo en las relaciones personales entre Mazen y Arafat, que llevan meses sin hablarse? Otra solución es la del nombramiento de un primer ministro de mayor autoridad, porque en estos cuatro meses Mazen, pragmático arquitecto de los acuerdos de Oslo pero sin una base social de apoyo, apenas ha podido ofrecer algún éxito a los palestinos. Que EE. UU. e Israel le quieran tanto no le ha beneficiado entre los frustrados palestinos. Israel en ningún caso aceptaría un candidato a primer ministro inspirado por el presidente de la ANP. ¿Paciencia y barajar? Esa baraja se rompió el 19 de agosto con la explosión de Jerusalén y los 21 muertos, con los asesinatos selectivos israelíes. Abu Mazen, de 68 años, se hallaba cogido entre dos fuegos: no podía combatir el terrorismo palestino, que es lo que le pedían los Estados Unidos e Israel ,y tampoco mejoraba sus relaciones con Arafat, sobre el que planea la espada de Damocles de una expulsión de Ramala hacia Líbano o cualquier otro país árabe. Eso le convertiría en mártir, el papel que desempeña con ventaja el fundador de Al Fatah. En el choque de personalidades Mazen-Arafat, la imposible cohabitación, ha surgido un último obstáculo, insuperable, en la lucha por el poder. Arafat no ha cedido un palmo en el control de los servicios de seguridad palestinos. El que controla los servicios de inteligencia, la armada, la policía militar, controla el poder. A Mazen sólo le quedaba la policía civil. «O me apoyáis o me echáis» le había dicho Mazen al Parlamento palestino. La respuesta fue el asalto de las brigadas de los Martires de Al Aqsa, dependiente de Al Fatah, brazo armado de Arafat, al Consejo palestino, con rotura de cristales y una vergonzante retirada del primer ministro custodiado por sus guardaespaldas. ¿Se puede gobernar así? El fin de la tregua, con la vuelta a las andadas violentas, fue en cierto modo el final de Abbas-Mazen junto con la decisión de Arafat de segar, día tras día, la hierba bajo sus pies. Nada ha podido hacer la legión de mediadores. Arafat se ha salido con la suya. Pero el adiós de Mazen plantea más un problema que la solución...