Una mujer directa y femenina

La pérdida de Anna Lindh cayó ayer jueves como una noticia imposible de digerir en los medios europeos, entre los que la recia personalidad de esta mujer se había abierto camino por derecho propio durante las múltiples jornadas de trabajo que compartió con sus homólogos de Exteriores, a razón de una por mes cuando menos. El aura europeísta de Anna Lindh alcanzó su máximo esplendor durante la presidencia sueca de la UE, que se celebró durante el primer semestre del 2001. Desde el punto de vista local, el esfuerzo se saldó con un éxito espectacular pues, por primera vez, un presidente norteamericano, George W. Bush, viajó al país para mantener una de las entrevistas de la presidencia estadounidense, entonces semestrales, con la UE. Para las élites suecas, la confluencia de los líderes europeos y del norteamericano en territorio propio, con motivo de la cumbre de Gotemburgo, fue la constatación de un retorno del Estado sueco a la escena internacional, de la que, lastrado por su secular neutralidad, el país se mantenía al margen desde hacía varias décadas. Y Anna Lindh, con una minifalda tres centímetros por encima de la rodilla y zapato blanco, daba imagen plena de país igualitario en las fotos de familia que plasmaron aquellos eventos. Pocos días después, cuando, concluida la presidencia, se convocó en Bruselas un nuevo Consejo de Exteriores, mamá Lindh se presentó en la reunión con sus dos hijos, de una decena de años de edad. Quería enseñarles dónde había invertido tantas horas los seis meses previos.