Diario de León

Más de tres millones de personas han muerto desde la segundaIntifada

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Quizás la traducción más exacta de la palabra árabe Intifada sea sacudida. Una sacudida que explotaba al día siguiente del inesperado paseo por la Explanada de las Mezquitas de un ex general israelí, de odiado recuerdo para los palestinos por las masacres de Sabra y Chatila. Ariel Sharón, entonces un ambicioso miembro del Likud, se acercaba hasta la majestuosa mezquita de Al Aqsa, uno de los tres lugares sagrados del Islam, escoltado eso si por más de 1.000 policías. La sonora pero desarmada protesta palestina contra la incitación de Sharón se saldaba, aquel 29 de septiembre del 2000, con la muerte de cinco manifestantes víctimas de la contundente represión policial, prendiendo la mecha de la sublevación entre una población palestina, más frustrada y desesperada que nunca no sólo por vivir cercada bajo la ocupación militar israelí, sino porque había asistido al aplazamiento en dos ocasiones de la declaración oficial del Estado palestino, fruto de los Acuerdos de Oslo, cuyas negociaciones habían aplacado en parte las iras palestinas que desencadenaron la primera Intifada en 1987. La segunda Intifada, conocida como de Al Aqsa, muy pronto sobrepasó de forma alarmante la violencia de su predecesora. Las dramáticas imágenes que la televisión mostraban al mundo en los primeros días del levantamiento revelaban el odio exacerbado incubado tras más de medio siglo de guerra latente. Eran los primeros iconos de muerte de un conflicto cargado. Todos  por poseer una tierra, que parece maldita a fuerza de ser Santa, en la que han muerto en estos tres años, según la organización no gubernamental israelí Betselem, 3.200 personas -797 israelíes y 2405 palestinos- la mayoría de ellos civiles indefensos y niños. Desde que fracasaran definitivamente los esfuerzos diplomáticos de Bill Cintón, y de la Unión Europea en la Cumbre de Taba, muchas han sido las iniciativas pacificadoras internacionales que han corrido la misma suerte, y varias las resoluciones de la ONU condenando los métodos de guerra sucia, contrarios al derecho internacional, del gobierno de Ariel Sharon. Sharon ponía en marcha su poderosa maquinaria militar para responder a los 129 atentados suicidas, haciendo responsable al presidente de la Autoridad Palestina, Arafat, excusa esgrimida para atacar casi hasta la demolición la sede de su gobierno, arrasar las incipientes infraestructuras palestinas e iniciar la construcción del llamado Muro de Separación, expropiando a la fuerza más de 1230 hectáreas de suelo palestino y dejando en tierra de nadie a miles de familias. Medidas de castigo colectivo, cuyo punto más sombrío sigue siendo la toma de Yenín en abril del 2002 y la negativa israelí a permitir investigar. La Intifada ha traído la peor recesión y la «ruta» del odio como único camino.

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