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Se busca colono para irse

Sharón ofrece medio millón de dólares a los israelíes que desmantelen sus colonias y salgan de los territorios ocupados y amenaza a sus socios con romper el gobierno si se oponen

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C. Tristán - corresponsal | jerusalén
León

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Medio millón de dólares. Es la primera oferta de Sharón. El primer ministro israelí se propone ahora que los colonos que viven en los territorios ocupados -a los que él tanto alentó a seguir viviendo en las colonias ilegales- dejen sus tierras y sus huertos y cojan a su familia y sus pertenencias y regresen a Israel. Lo había anunciado Sharon 24 horas antesa. «En el futuro, no habrá judíos en Gaza», dijo. Sus palabras fueron algo más que una premonición, un aviso para los cerca de 7.500 colonos judíos que viven en los 21 asentamientos de la franja de Gaza rodeados por 1,2 millones de palestinos. La idea no ha sentado nada bien en las colonias. «Después de todo lo que he luchado, ¿me quieren hacer salir de aquí?», se pregunta Shalom Hemo mostrando con orgullo su huerto lleno de tomates en la pequeña colonia de Rafiah Yam, cerca de la frontera egipcia. Hemo no puede permanecer tranquilo desde el anuncio. Como la inmensa mayoría de sus vecinos, parecía decidido ayer a poner todo de su parte para hacer fracasar al primer ministro. «Es como si me hubieran clavado un cuchillo en el corazón», dice. «¿Dónde se supone que tendré que ir? Mi vida está aquí», aseguró, mientras en el exterior, dos de los 12 obreros palestinos que trabajan para él transportan cajas con hortalizas destinadas al mercado inglés, donde exporta las 160 toneladas de tomate que produce cada año. En la playa, con soldados El tono es también batallador algunos kilómetros más al norte, en Neve Dekalim, sede del Consejo regional de colonias de la franja de Gaza, anexa a la ciudad palestina de Jan Yunes. Incluso los niños se han visto contagiados por la violencia. «¡No nos iremos de aquí!», gritan a los periodistas a la salida de la escuela. El portavoz del consejo regional, Eran Sternberg, asegura que Sharon tendrá que hacer grandes esfuerzos para llevar a cabo su plan, que los colonos de Gaza boicotearán de varias maneras. «Habrá manifestaciones, presiones políticas contra los miembros del Parlamento y miles de personas vendrán aquí para apoyarnos», garantizó, descartando que se recurra a la violencia. Aunque Sharon dio a entender sin tapujos en estos últimos meses que planeaba desmantelar estos asentamientos, numerosos colonos recibieron sus declaraciones el lunes como una verdadera puñalada por la espalda. Ninguno de ellos esperaba que el hombre que más favoreció las colonias pretendiera desmantelar los asentamientos judíos de Gaza. Entre ellos Hanna. Hace tres años, poco después del inicio de la Intifada, su marido y ella decidieron abandonar la cómoda casa que tenían en Neve Dekalim para crear Shirat Ayam («el canto del mar», en hebreo), un asentamiento clandestino en la playa, al otro lado de la carretera paralela a la costa. Una docena de familias viven ahora en esta playa, protegida por un muro de seguridad y una alambrada vigilada por soldados. Ahora, tendrán que irse. El primer ministro palestino, Abú Alá, consideró que es una «buena noticia». Sin embargo, en la calle, los palestinos acogieron con escepticismo el bombazo de Sharón. «Antes que Sharón dijo lo mismo Barak, y antes Peres, y antes Rabin, y antes Shamir», comentó con desgana Muhammad al-Bury, comerciante de Ramala. Pero, por si acaso hay alguien más que no se lo toma en serio. el primer ministro isarelí advirtió a sus socios de gobierno, la ultraderecha israelí, que si la coalición no lo apoya será él quien provoque la crisis y forme una coalición nueva. Lo hará con sus eterenos enemigos; los laboristas que, en general, se mostraron contentos con el plan y prometieron apoyar a Sharón en la Kneset. Algunos de sus dirigentes pidieron incluso la entrada inmediata del partido en el Ejecutivo. Pero en Israel, nadie se fía de Sharón. Y la prensa se ceba en el perfil de un político que no ha dado su voto a ningún acuerdo de paz: ni el de Egipto, ni el de Jordania, ni el de Oslo. Sharón tiene demasiados frentes abiertos: corrupción, críticas internacionales y la polémica del muro.

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