Diario de León
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Manu Leguineche - madrid
León

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El ex inspector David Kay, el mismo que convenció al presidente George W. Bush de que Sadam Huseín tenía armas de destrucción masiva, es el que ahora ha abierto la caja de Pandora al rectificar su primer punto de vista. Es una brusca corrección de rumbo, una «retirada estratégica» o, incluso, una maniobra de diversión. ¿A que se debe que Bush haya encargado a una comisión de investigación independiente formada por nueve miembros de los dos partidos, demócrata y republicano, que averigüe porqué no se han hallado esas armas destructoras? Porque el 2 de noviembre se celebran elecciones, porque la presión de los demócratas, e incluso de congresistas republicanos era creciente en ese sentido. La comisión de encuesta debía haberla planteado el presidente antes de ir a la guerra, pero todos los que le rodeaban -incluido el inspector Kay, jefe del equipo encargado de la búsqueda de ADM que pasó meses en Irak después de la guerra del Golfo de 1991 y antes y después de la segunda, en el 2003-le tocaron la música que quería oír la Casa Blanca, decidida a la invasión de Irak. Se exageraron los peligros y amenazas. Los resultados de la investigación se conocerán en el 2005, de modo que sus conclusiones no dañarán a Bush en su campaña de intento de reelección. Quedará como un buen demócrata, cuando hasta hace poco manifestaba que la tal comisión no era necesaria. De todos modos siempre están los servicios secretos para el papel de chivos expiatorios. Pero los responsables de esos servicios, mal llamados «de inteligencia»son los gobiernos. La CIA deja a su paso un reguero de fallos, aunque venderá cara su piel. Ni previeron el 11-S, ni el rearme de Libia o Irán, ni la fuga de secretos nucleares de Pakistán, ni... De vez en cuando, estas crisis le permiten a Estados Unidos anunciar la reorganización de la inteligencia a partir de cero. Así ocurrió después de Pearl Harbor, cuando en 1941 los japoneses atacaron la base norteamericana en el Pacifico. De aquel fracaso de anticipación surgió la CIA. La comisión de investigación de Pearl Harbor echó la culpa al almirante Kimmel y al general Short y se lavó las manos. Año después, los dos militares han sido rehabilitados. La realidad se impuso: Pearl Harbor fue un fallo de todos y hay quien asegura aún que lo que el presidente Roosevelt quería era entrar en guerra. Eso le permitió a Estados Unidos, con la guerra del 98 contra España como primera fase en el escaparate, convertirse en la gran potencia mundial. Nos quitó a Hitler, a Mussolini y al almirante Togo de en medio. «Nos equivocamos», repite estos días el inspector Kay. Lo hace con la fuerza y la rabia del converso en un dramático giro copernicano. «Pronto tendremos que hace frente al Irak nuclear» afirmaba meses antes del comienzo de la guerra. Es verdad que los servicios de inteligencia fracasaron de plano. Ni la tecnología, ni los satélites, ni el dinero invertido en recibir información de un régimen opaco y dictatorial, ni los (falsos) informes de los desertores o exiliados sirvieron de nada. Sólo como elementos de desinformación. Donde tenían que haber invertido es en agentes que supieran el árabe y conocieran a fondo la cultura iraquí, que trabaran contactos en el interior de Irak. Bush, al anunciar los resultados para el 2005, evita revelaciones comprometidas que pudieran salpicarle. Ha formado esa comisión al estilo de la del juez Warren, que en 1964,después de diez meses de investigación, concluyó que el asesino del John F Kennedy era solo uno, Lee Harvey Oswald. Si el primer ministro Tony Blair siguió a Bush a la guerra, ahora está dispuesto a recorrer el mismo camino. También habrá comisión de investigación en Londres, también estudiarán porqué se dijo, por parte de los servicios de inteligencia, que Irak podía lanzar un ataque de ADM en 45 minutos. Tras salir ganador del informe Hutton estará dispuesto a reconocer algunos errores. Ese papel se le da muy bien. Algún día sabremos qué fue de esas armas de desaparición masiva. De no haber ocurrido los desastres de la postguerra iraquí quién sabe si el asunto se hubiera dado por zanjado con una paletada de tierra.

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