Diario de León

Los autores de la carnicería eligen la conmemoración del martirio de Huseín, nieto de Mahoma

Una cadena de atentados contra los chiís deja 180 muertos en Irak

Los ataques en Kerbala y Bagdad provocan la mayor matanza de la posguerra iraquí

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Rafael M. Mañueco - bagdadredacción | la coruña
León

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Si quienes cometieron la carnicería de ayer en Kerbala y Bagdad pretendían hacer el mayor daño posible y conseguir que tuviese suficiente resonancia a nivel internacional, especialmente entre los musulmanes, eligieron bien la fecha. La rama chií del Islam celebraba ayer la festividad de la Ashura , el día en el que, tras ser derrotado en una batalla, fue martirizado y decapitado el imán Huseín, nieto de Mahoma. Su tumba se encuentra en una de las dos mezquitas de la plaza central de Kerbala, ciudad habitada mayoritariamente por chiíes. Por eso, ayer había en esa ciudad sagrada dos millones de peregrinos procedentes de todas las zonas de Irak y del vecino Irán. En mitad de las procesiones, ya de por sí sangrientas porque los penitentes se practican incisiones en la cabeza, explotaron las bombas. Atentados idénticos, perpetrados directamente por kamikazes o por bombas accionadas con mando a distancia, tuvieron lugar a la misma hora, alrededor de las 10 de la mañana (dos horas menos en España), en la mezquita chií de Kadhimain, en el barrio bagdadí de Kadimiya. En total, se registraron cinco explosiones en Kerbala y cuatro en Bagdad de forma casi simultánea. El número de muertos en las dos ciudades se eleva a más de 180 muertos, entre ellos unos 50 iraníes, y el de heridos duplica esa cifra. De nada ha servido el descomunal dispositivo de seguridad desplegado en Kerbala desde hacía más de diez días por el Ejército polaco y la Policía iraquí. Las brigadas Bader del Consejo Supremo para la Revolución Islámica, entrenadas en Irán para proteger los santuarios chiíes, también habían colocado sus hombres por todas partes armados hasta los dientes. Todos los dedos apuntan a Al Qaida y Bin Laden. «Esto es obra de extranjeros», gritaba un hombre en Kerbala, mientras a su alrededor una multitud despavorida trataba de buscar un lugar seguro ante el temor a nuevas explosiones. Ya a cierta distancia del centro, un grupo de jóvenes comentaba que los terroristas «debían llevar tiempo en la ciudad planeando los atentados».

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