Diario de León

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Una lucha inacabada

La decisión de invadir Irak y la captura de Sadam no han evitado la violencia

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Julio Castro - madrid
León

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La decisión de invadir Irak se tomó, seguramente, cuando los restos de las Torres Gemelas humeaban aún. Por una parte, la captura de Osama Bin Laden y el fin de los talibanes afganos no llegaban para saciar la sed de venganza; por otra, era una excelente oportunidad para rematar un trabajo que llevaba diez años inconcluso. El enemigo público número uno, sin embargo, demostró ser más escurridizo de lo que parecía. Hoy, Sadam Huseín, cuya imagen será ya para siempre la de un hombre despeinado y barbudo, vencido y humillado, permanece a la espera de juicio en un lugar desconocido. Tres meses después de su captura, la violencia en las calles de Irak se ha incrementado. En este tiempo se ha confirmado con sangre que el ex dictador, sobre todo tras la dramática muerte de sus hijos Uday y Qusay, no estaba en condiciones de liderar la resistencia. Sin embargo, a nadie se le podía escapar que tras la agridulce intervención militar estadounidense en Afganistán, la segunda guerra del Golfo era inevitable. El eje del mal inventado por los publicistas de la Casa Blanca seguía empujando a la Administración Bush, que había predicado la no injerencia, a tomar cartas en el asunto. Descartados los enfrentamientos con Corea del Norte -poseedora de misiles nucleares- o Irán, no quedaba más que Irak. Hacía una década que los estadounidenses habían dejado en la estacada a los kurdos y a los chiíes; desde entonces, las sanciones internacionales sólo habían conseguido enriquecer a los jerarcas del régimen y empobrecer a la población; y se corría el riesgo de que las reservas de petróleo de la zona quedaran fuera de control. Sadam intentó sacar partido del programa Petróleo por alimentos, se disfrazó de líder del islam y jugó a amenaza militar, mareando a los inspectores de armas. Por ese hueco se colaron los halcones del Pentágono, pese a los informes negativos de Hans Blix y de Mohamed el Baradei, y en contra de la mayoría del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Washington, con el apoyo de Londres y aliados como España, iba a dar un golpe letal.

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