Un gigante económico, aunque sigue siendo un enano político

La Unión Europea (UE) es, indiscutiblemente, el espacio de libre cambio más vasto del mundo. Aunque no llegue a creérselo del todo, también es la primera potencia económica e incluso se ha dotado de una divisa de referencia que gana credibilidad frente al dólar o al yen. Pero Europa es todavía un enano político. Si la maquinaria de la Comunidad es bien engrasada en asuntos monetarios y arancelarios, funciona con algo más de aspereza en cuestiones militares, diplomáticas y políticas que, en definitiva, son las que dan talla en el mundo. Uno de los principales retos que debe afrontar la Europa de los Veinticinco es este sentido es la de dotarse de unas instituciones ágiles y capaces, que no estén secuestradas por la capacidad de bloqueo o veto de las minorías. El debate abierto en torno al proceso de Constitución está llamado a responder a este desafío para buscar un equilibrio entre los grandes países comuntiarios -como Francia, Alemania y el Reino Unido- y los intereses de que hacen gala los pequeños. Europa también ha de graduarse en la asignatura de política exterior común, que si existe es única y exclusivamente en fase embrionaria. A nadie se le escapa que la crisis de Irak, al menos lo que es en Europa, no se ha gestionado desde Bruselas, sino en Londres, Madrid o París. Se añade la crisis de los valores europeístas que aprecian los sondeos, y de una tendencia creciente a mirarse más su propio ombligo.