Bush provoca el caos en Estambul

Las concentraciones internacionales de alto nivel están convirtiéndose en un engorro para los habitantes de los lugares en los que se celebran a causa de las cada vez más complicadas medidas de seguridad que las circundan y de las respuestas que generan en el entorno inmediato. Ayer, Estambul estaba imposible. La ribera europea del Bósforo permanecía cortada al tráfico rodado, lo mismo que el palacio Topkapi, aunque no así el resto de la zona monumental y el centro de la parte nueva de la ciudad, desde la plaza de Taskim hasta el Museo del Ejército. Es decir que a esta caótica ciudad los servicios de seguridad le habían amputado la arteria inferior, una central y múltiples pequeños recovecos, inmediaciones de alojamientos de los líderes de la organización aliada que habían sido aislados del resto de la ciudad lo que hacía el tránsito por ella prácticamente imposible. Todo esto sucedía en la parte europea de Estambul, a este lado del Bósforo. El otro, el asiático, fue escogido por las organizaciones de izquierdas del país para poner en marcha una manifestación que congregó a la nada despreciable cifra de 40.000 personas, que sumieron en el caos al distrito de Kaiköy, y cuyo efecto de marea se dejaba aún sentir más arriba del puente sobre el Bósforo, camino del Mar Negro. Los manifestantes le gritaron «¡Vete!» a Bush y «¡EE.?UU. fuera de Irak!», después de que horas antes, en Ankara, el presidente norteamericano fuera recibido por otros 5.000 manifestantes contra los que las fuerzas de seguridad habían aprestado a otros tantos policías y militares. Entre el Mar Negro y el de Mármara, nueve buques de la Otan maniobraban en lo que parecía una parada militar. Washington envió quince F-16. Su despliegue fue lo más caro de la convocatoria.