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Homenaje a los traidores

La sociedad germana recuerda, tras sesenta años de desprecio, a los oficiales que trataron de asesinar a Hitler el 20 de julio de 1944 cuando el Führer se encontraba en una sala fortificada

Una mujer se inclina ante los nombres de los 150 oficiales

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Enrique Müller - berlín
León

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La bomba que debía matar al tirano y cambiar el curso de la guerra pesaba 975 gramos, estaba escondida en un maletín de cuero y estalló a las 12.42 horas del 20 de julio de 1944 en la sala de conferencias del fortificado centro de operaciones para el frente oriental, Wolfschanze. El artefacto explosivo mató a cuatro oficiales y sólo dos personas de las 24 que se encontraban en la sala lograron salir casi indemnes. Una de ellas era Hitler. «Alguien ha tratado de asesinarme», exclamó el Führer a su ayuda de cámara mientras se sacudía los escombros y ponía orden en su uniforme. «Usted vive, usted vive», exclamó el mariscal de campo Wilhelm Keitel cuando vio salir al dictador de entre los cascotes. Casi cinco horas después de haber dejado el maletín con la bomba debajo de la mesa de la sala de conferencia, el conde Claus Schenk von Stauffenberg llegaba a las puertas de la sede del Alto Mando de la Wehrmacht en Berlín, convencido de que Hitler había muerto. El aristócrata y otros tres oficiales fueron fusilados esa misma noche por un comando especial en un patio del edificio, donde debía poner en marcha el último capítulo de la Operación Walkiria : acabar con la guerra en el frente occidental, formar un nuevo gobierno y buscar una alianza militar para acabar con el comunismo. «Larga vida a nuestra sagrada patria Alemania», gritó el conde antes de ser acribillado por las balas. El fracaso del aristócrata y de los demás conspiradores tuvo consecuencias terribles para el país y para toda Europa. Entre el 20 de julio de 1944 y la capitulación de la Wehrmacht, el 8 de mayo de 1945, murieron unos cuatro millones de soldados alemanes en el frente, cientos de miles de judíos fueron asesinados en los campos de concentración nazis, casi dos millones de soldados soviéticos y aliados perecieron y las bombas aliadas convirtieron setecientas ciudades alemanes en ruinas. Criminales de guerra Si la Operación Walkiria hubiera tenido éxito, Alemania habría conservado las fronteras que tenía antes de la guerra y el futuro político del continente habría sido otro. Los rebeldes del 20 de julio deseaban poner fin a la persecución de los judíos, pero también continuar la guerra contra la Unión Soviética. A pesar de la innegable importancia de la tentativa, la memoria colectiva germana tuvo serios problemas para recordar el sacrificio de Stauffenberg y sus aliados. Durante años, el duque y sus amigos fueron tachados como «traidores» en el sector occidental del país. En el este, los jerarcas comunistas los insultaron como «reaccionarios y agentes del imperialismo americano». En 1956, más de la mitad de la población de la RFA creía inoportuno bautizar escuelas con el nombre de los hombres del 20 de julio. La generación del 68 cambió sus creencias y recordó que los conspiradores eran conservadores, antisemitas, criminales de guerra, y que la mayoría había admirado a Hitler cuando llegó al poder. Estas opiniones han cambiado. Según una encuesta reciente, dos tercios de la población alemana, respeta y admira el valor de aquellos que arriesgaron sus vidas y las de sus familiares en su intento de asesinar al dictador y acabar con la tiranía nazi. Existe un inusitado interés por la celebración de este acto.

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