Diario de León

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Amargas estrellas patrióticas

Después de tres años no se ha podido demostrar la existencia de una red internacional de terrorismo, pero gana fuerza el que los ataques responden a la propia guerra global

Una mujer observa una foto de las Torres Gemelas el día del atentado

Una mujer observa una foto de las Torres Gemelas el día del atentado

Publicado por
Miguel Murado - redacción
León

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Es uno de tantos negocios que han surgido en Estados Unidos al calor de las conmemoraciones por el 11-S. Se llama «1-800-Flowers.com» y ofrece en Internet objetos de tema patriótico. Por 49.99 dólares uno puede adquirir una «Torre en homenaje a América», que representa con flores, galletas, figuras de chocolate y frutas confitadas una de las desaparecidas torres gemelas. O también puede llevarse una bandera de las barras y estrellas, también de confitería, con sabores dulces y amargos. Una frase publicitaria dice: «Les invitamos a probar nuestras estrellas patrióticas de sabor amargo». Es cierto. Tres años después, una cierta amargura parece haberse ido apoderando del nuevo patriotismo norteamericano surgido a raíz de los ataques del 2001. Fue un patriotismo nacido del estupor, el miedo, la sensación de vulnerabilidad. Entonces, fue aquella descarga de adrenalina la que salvó a la sociedad norteame-ricana de su sensación de desamparo. El pueblo se convenció de que se enfrentaba a un Armagedón, pero también de que sería una lucha definitiva entre el bien y el mal de la que saldría vencedor. Tres años después, el balance no puede ser más desconcertante para los que lo creían. EE.UU. no ha vuelto a sufrir ningún ataque terrorista; Bin Laden no sólo no ha aparecido, sino que se podría decir que ha desaparecido más todavía: de las noticias, de las explicaciones de lo que ocurre. Ningún miembro de la cúpula de lo que todavía por inercia se sigue llamando Al Qaida ha sido condenado, tampoco ninguna persona vinculada directamente con los ataques del 11-S. Han ocurrido atentados terribles (Es-tambul, Bali, Madrid...), pero nadie ha podido establecer de manera realista una relación con una red internacional de terrorismo. Preocupación Muy al contrario, se va abriendo paso la sospecha de que atentados como el de Madrid serían parte de un fenómeno provocado por la propia guerra global contra el terrorismo: la imitación por parte de nuevos grupos de las tácticas que los medios de comunicación atribuyeron a Bin Laden. Al final, no ha habido más Armagedón, en realidad, que el que el propio Estados Unidos ha creado en dos países remotos: Afganistán e Irak. Pero incluso estas guerras han resultado un anticlímax para la opinión pública americana, porque no han arrojado un resultado claro que pueda tranquilizarla. Washington ve con preocupación que no logra ganar guerras, sólo que sus contrincantes las pierdan. Tres años después es preciso hacer un pequeño esfuerzo para recordar que todo comenzó allí aquel 11 de septiembre: que la guerra de Afganistán tenía como objetivo capturar a Bin Laden, que la de Irak pretendía neutralizar unas armas de destrucción masiva que podían ir a parar a Al Qaida en virtud de sus supuestos contactos con Sadam Huseín. Sabor amargo Ayer, en la Zona Cero de Nueva York, mientras padres y abuelos leían los nombres de sus seres queridos, las víctimas inocentes de aquellos ataques, se alzaba a su lado la primera piedra de lo que será un rascacielos que en parte perpetuará y en parte borrará la memoria de lo que allí sucedió. No muy lejos, en el Union Square Park, se inauguraba una exposición de las fotografías de los 1.000 soldados norteamericanos muertos en Irak. La adrenalina de hace tres años se ha convertido, como sucede en todo organismo, en un depresor, mientras la sociedad americana prueba el sabor amargo de las estrellas patrióticas.

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