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| Crónica | En el corazón de la crisis |

Los niños rebeldes de Darfur

El Ejército de Liberación de Sudán comenzó su actividad en abril del 2003 para proteger a la población frente a las milicias árabes, los yanyawids y el propio Gobierno sudanés

Un grupo de niños se deja fotografíar en el campo de refugiados de Darfur

Publicado por
León

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Cuando nuestro todoterreno cruza el último puesto de control del Ejército, delante de nosotros se extienden 40 kilómetros de tierra de nadie. Pura sabana africana salpicada de aldeas y chozas hechas de cañas. El frente de guerra. Jalil, nuestro conductor, recorre esa distancia a toda velocidad, como si fuera el París-Dakar. No hay más carretera que una senda de tierra casi oculta entre el pastizal. Después de cruzar el cauce seco de dos ríos y un par de poblados llegamos a Ashme, una aldea situada a unos 60 kilómetros al este de Nyala. Es la primera población controlada por los rebeldes del Ejército de Liberación de Sudán (SLA, en sus siglas en inglés). Cinco guerrilleros, fusiles Kalashnikov en mano, nos dan el alto. Pronto llegan más. Deben ser unos cincuenta. Todos están armados hasta los dientes, pero lo más pesado a la vista es una ametralladora. Cada uno lleva un uniforme distinto. Algunos ni eso, sólo jerséis gastados y pantalones de chándal con agujeros. El calzado más generalizado son las chanclas. Llevan al cuello amuletos contra las balas y casi todos son rematadamente jóvenes. Con la mano, uno de ellos, que parece el jefe, nos indica que pasemos a una choza que tiene encima una bandera amarrilla, azul y verde, los colores rebeldes. Dentro hay numerosos Kalashnikov de diversa fabricación y una mesa desvencijada. El guerrillero se sienta ahí y abre un cuaderno en cuya tapa se puede leer «SLA». Año y medio de conflicto El SLA empezó su lucha para llamar la atención sobre el abandono que sufre Darfur por parte del Gobierno hace un año y medio. El 25 de abril del 2003, al amanecer, tuvo su bautismo de fuego en El Fashir, la capital de Darfur del norte. Sobre 260 hombres equipados con armas ligeras atacaron el aeropuerto de la ciudad, un enclave vital para el Gobierno de Jartum. Siete explosiones sacudieron la pista. Los soldados que lo protegían estaban todavía durmiendo. Los que salieron en calzoncillos de sus garitas para responder el fuego que-daron atrapados bajo las balas de una ametralladora que los rebeldes habían escondido tras unos arbustos. Más de cien soldados murieron. El SLA sólo perdió nueve hombres en aquella operación que tomó totalmente por sorpresa a las fuerzas del Gobierno. Era viernes, el día de descanso y oración, y la mayoría de los efectivos se habían marchado a casa para estar con sus familias. El presidente sudanés, Omar El Bashir, que hasta entonces había despreciado a aquel grupo calificándolo de «bandidos armados», decidió pasar al ataque. Como había hecho en la guerra contra los rebel-des cristianos del sur, se vio forzado a armar a las milicias árabes, los yanyawids, para usarlas como infantería de choque. Sólo que en este caso mucho más, porque en la guerra contra el sur la mayoría de los soldados que empleó Jartum provenían de Darfur. El Bashir no podía confiar ahora en ellos para luchar contra sus propios paisanos. De hecho, el SLA está compuesta en gran parte por ex soldados del Ejército sudanés que lucharon en la guerra contra el sur. «Me llamo Mahadi Abdullah y soy el comandante de esta zona. Os doy la bienvenida al territorio del SLA», dice. Le rodean varios de sus suba-ternos. Ninguno tiene más de 30 años. «Atacaron ayer y mataron a un civil, pero ahora se han ido porque nos tienen miedo, no se atreven a venir donde estamos nosotros». Las últimas incursiones de las que habla Mahadi son las que han provocado el éxodo de refugiados más reciente. En total unas cuatro mil personas que han escapado de sus aldeas para engrosar la lista de los que se hacinan en los campamentos. De repente suena un zumbido en el aire y los guerrilleros se inquietan. Es la aviación del Gobierno. «Un helicóptero y dos bombarderos Antonov llevan sobrevolando la zona todo el día, pero no creo que nos ataquen», cuenta Ahmed Mohamed, otro de los guerrilleros. Mahadi es, a sus 27 años, un soldado de carrera. Luchó como oficial con el Ejército sudanés contra los rebeldes del sur, el SPLA. Decidió unirse al SLA después de que atacaran su aldea y después de ver lo que pasaba en Darfur. «Ahora las cosas han cambiado, ahora el SLA y el SPLA somos hermanos. Y todo el que quiera sumarse a esta lucha por un Sudán libre es bienvenido. Luchamos por un Darfur libre y por un Sudán libre», dice. Niños armados El hecho de haber luchado antes del lado del Ejército le proporciona ahora una ventaja táctica sobre el terreno. «Conocemos como se mueven los soldados. Siempre atacan a medianoche y nosotros lo sabemos. Por eso somos más rápidos que ellos. Lo malo es que no tenemos armas suficientes para luchar. Las que tenemos se las hemos ido quitando a los soldados», cuenta Mahadi. No es lo único que le roban al Ejército. También la comida. El agua, dice, la obtienen sobre el terreno, de las charcas de la zona. Se trata de una vida austera. Salimos de la choza con Ma-hadi al tiempo que llega un viejo todoterreno Toyota en el que han escrito SLA por todas partes. Está repleto de guerrilleros. La mayoría parecen niños. Le preguntamos al comandante por su edad y dice que no reclutan a nadie de menos de 18 años, pero al menos un tercio de los que vemos parecen estar por debajo de esa edad. Salen para una operación. La lucha continúa. Es la guerra de Darfur.

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