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| Crónica | En el corazón del conflicto |

Darfur, la guerra de las ONG El eterno peligro de la dependencia

Es como una guerra dentro de la guerra. Hay una lucha tremenda entre las oenegés por ver quién pone la bandera más alta que los demás. Por ver quién obtiene más financiación

Una niña sudanesa bebe un sorbo de agua limpia en el campo de refugiados de Darfur

Publicado por
León

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?l campo de refugiados de Kalma, al sur de Nyala, está lleno de banderas y pegatinas. Están en todas partes: en las letrinas, en los toldos que recubren las chabolas, en los grifos que dan acceso a los pozos de agua, en los depósitos... Dicen: Cruz Roja, Médicos sin fronteras, Médicos del mundo, Worldvision, Save the children y así hasta 80 oenegés, que son las que están presentes en Darfur. «Es como una guerra dentro de la guerra. Hay una lucha tremenda entre las oenegés por ver quién pone la bandera más alta que los demás. Por estar en más sitios que los demás, por tener más refugiados bajo su responsabilidad, por demostrar más capacidad», nos cuenta un trabajador humanitario español. La crisis humanitaria de Darfur, que la ONU ha denominado como las más grave que vive hoy el planeta, es el más grande escaparate del momento para las oenegés. Estar en Darfur es importante para todas ellas porque demuestra su capacidad de movilización y porque ayuda a recaudar fondos. «Nunca estuve en una misión donde hubiera tantas. Hay muchas que están haciendo un gran trabajo. Pero otras muchas están haciendo más presencia que ayuda real», comenta este mismo trabajador. Reservas en Unicef «Que haya competencia no es malo. Siempre que hay un montón de gente trabajando en un lugar se producen fricciones», dice Alexandra Westerbeek, portavoz de Unicef en Nyala. Pero hasta ella misma admite que Unicef, la agencia de las Naciones Unidas encargada de cuidar de la infancia, tiene sus reservas con algunas oenegés. «Aquí en Darfur he encontrado un montón de oenegés de las que antes ni siquiera había oído hablar. Ha habido algunos muchos casos, no sólo en Darfur, donde los representantes de estas organizaciones han venido a nosotros diciendo que querían hacer algo por los niños. Pero al final, nos dimos cuenta que algunos de ellos eran criminales y en el peor de los casos estaban implicados en el tráfico de niños. Nosotros sólo trabajamos con las que tienen una larga experiencia en el terreno, han demostrado su eficacia y con las que hemos colaborado en anteriores ocasiones», dice. Esta competencia entre organizaciones solidarias por demostrar capacidad y recaudar dinero hace que los números de la catástrofe se inflen, como ha demostrado el especialista en África Alex de Waal en su libro Quién lucha? ¿A quién le importa? En otras ocasiones, en el fragor de este combate humanitario, se produce irregularidades. El encargado de inteligencia y seguridad de una organización europea nos confesó que una de compañera norteamericana llegó la semana pasada a Nyala para controlar el desarrollo de un par de proyectos. Dos horas después se dio cuenta de que dichos proyectos sólo existían sobre el papel. «Se planearon para conseguir fondos. Se dijo que se iba a hacer esto y lo otro, pero para cuando llegó el dinero era imposible hacer nada porque no tenían personal, ni información sobre el terreno ni nada», dice. Falta de suministro Pero si malo es que los pro-yectos no se lleven a cabo, aún lo es más que la desorganización deje sin comida a los refugiados. Y esto fue lo que ocurrió en el campo de refugiados de Kalma, uno de los mayores de Darfur, con 90.000 personas. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (WFP, en sus siglas en inglés) dejó sin suministro de alimentos a Kalma durante un mes. Esto, entre otras cosas, contribuyó a que Kalma, uno de los campos con más presencia de las oenegés, tenga unos niveles de malnutrición mucho más altos que en otros lugares donde la presencia de las organizaciones internacionales es menor. «La situación no está mejorando en absoluto. Sigo a un grupo de niños en los campos desde hace varios meses. Y el resultado es que la mayoría estaban en mejo-res condiciones físicas cuando llegaron que ahora. Señal de que algo se está haciendo mal», comenta Alexandra Westerweek. Es una situación delicada porque los refugiados de Darfur, que en su inmensa mayoría se dedican a la agricultura, han perdido la oportunidad de sembrar. Así que por lo menos durante todo el año que viene van a depender enteramente de la ayuda internacional para sobrevivir. Eso en el mejor de los casos. En el peor, dé-cadas. Estarían mejor en sus casas, donde tendrían más recursos para sobrevivir. Ese tiene que ser nuestro objetivo, que puedan volver a sus casas. Pero en la presente situación de seguridad es imposible», señala Jean Pierre Tascherean, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja. Las oeneges se han convertido en la primera industria de Nyala. Los todoterrenos con banderas blancas y anagramas de las diferentes organizaciones internacionales estan por todas partes. Los alquileres de las casas mas grandes de la ciudad han subido y los traductores, escasos, co-bran por dia lo que otros sudaneses ganan en un mes. «Ojala no se vayan nunca», comenta uno de estos afortunados. En alguna medida esa es la sensacion que se vive a todos los niveles en Darfur. Se puede ver, por ejemplo, en el camino que va desde Nyala hasta el campo de Kalma. Cada dia cientos de personas que no viven en el campo van hasta alli para conseguir comida y otros beneficios. El eterno debate entre ayudar y crear recursos para que ellos mismos se ayuden, asistencialismo y desarrollo.