Afganistán: el coraje civil
La democracia se basa en la convicción de que existen extraordinarias posibilidades en la gente corriente y moliente, en el hombre de la calle, en el ciudadano medio. ¿Y qué decir si el elector ha sufrido treinta años de guerra y crueldades? Su mérito al acudir a votar será aun mayor. Hasta ahora el desafío de las elecciones afganas le ha salido bien al presidente Bush y a los que decidieron tratar de curar tantos males con una dosis de democracia. Queda aún mucho camino por delante, pero las interminables colas del pasado sábado en Afganistán, el fervor de los votantes, su paciencia, se corresponde con lo que puede ser la esperanza. Lo vimos en El Salvador en los años ochenta o en Sudáfrica cuando se puso en marcha el proceso democrático: la gente siente la fatiga de la guerra y acepta, sin miedo, ir a las urnas. Sabe que es lo único que podrá mejorar sus vidas. La izquierda mesiánica de El Salvador, la misma que asesinó al poeta Roque Dalton, trató por todos los medios de boicotear las elecciones. No lo consiguió porque los salvadoreños, hartos de la guerra civil, se endomingaron para acudir a los colegios a pesar de las balas. Esa fue una lección de democracia en las peores condiciones que puedan imaginarse. Unos y otros debieron tomar nota, como ahora habrán hecho los talibanes, auténticos derrotados en los comicios afganos. Todo por hacer Que obedezcan los resultados, que acepten en mensaje que desprenden las urnas ya es otro cantar, porque siguen siendo unos bárbaros. Queda la instalación de paz y el orden y la reconstrucción, el desmantelamiento del narcotráfico que alimenta las arcas de los señores de la guerra a los que el presidente interino Karzai llama, para no ofender, «líderes regionales». El 80 por ciento de la heroína que llega a Europa procede de los valles afganos. Una hercúlea tarea, pero las elecciones, con todas sus irregularidades, que las ha habido, son un comienzo, un despegue ejemplar. ¿Durará su efecto? Una comisión de la ONU se va a poner a investigar los casos de fraude y las irregularidades. Los que todavía desde la oposición se niegan a aceptar los resultados podrían decir, como el Marqués de Flers, que «democracia es el nombre que se da al pueblo siempre que se le necesita». La conclusión que saquen los investigadores podrá girar en torno a algo que ya hemos visto en otras partes: dentro de lo que cabe, de las circunstancias, de la brutal historia inmediata, la invasión rusa, la resistencia, los talibanes y la invasión de EE.?UU. y sus aliados, las elecciones han sido relativamente limpias. No un modelo de democracia tal y como se entiende en Occidente, pero algo aproximado a eso. Se reconocerán algunos pucherazos, pero no afectan a la validez del resultado en su conjunto. El ejemplo del pasado sábado, un apoyo también a Bush en su campaña electoral, no debe hacer olvidar lo que queda por delante. Una lección Los afganos han hecho ver que prefieren esto, una especie de democracia tutelada por los Estados Unidos con Hamid Karzai a los tres terribles años de los estudiantes de teología, los talibanes. La seguridad es la clave, junto con el control de los señores de la guerra y el cumplimiento de la ley, la defensa de los derechos humanos y de las mujeres. Estas han mejorado algo sus condiciones de vida, pero siguen discriminadas. Karzai, más que probable vencedor, no debe caer en la tentación totalitaria. Que asegure las elecciones parlamentarias de la primavera. Por ahora, el ejemplo está a la vista: los afganos, en torno a los 10 millones, analfabetos en democracia, han hecho algo -una lección para sociedades desencantadas de Occidente- que va más allá de depositar una papeleta en la urna. Lo suyo ha sido una demostración de coraje civil.