Diario de León

| Crónica | La lucha este-oeste por el petróleo africano |

Sudán y la nueva guerra fría

Estados Unidos trata de arrebatar a China el control de la explotación del crudo en una región clave, donde los sudaneses muertos son sólo parte del precio del oro negro

Un policía sudanés intenta controlar a la multitud en un campo de refugiados de Muhkjar

Un policía sudanés intenta controlar a la multitud en un campo de refugiados de Muhkjar

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«¡Muskila, problem, police, problem!». Ahmed, el taxista, grita mientras junta sus muñecas indicándonos que si no nos largamos a él lo van a detener. Tiene miedo y algo de razón. Pero no puede ser. Nosotros tenemos una cita aquí, en la terminal petrolífera de Bashair, en Port Sudán, el principal punto de salida del crudo sudanés. Se lo decimos a los policías y los soldados que guardan la puerta. Nada. Ni entienden el inglés y mucho menos nuestras razones. Así que, con entrevista concertada o sin ella, nos encontramos de repente con un tipo que saca su fusil Kalashnikov y empieza a empujarnos con él hacia la puerta. Y por si no nos había quedado claro, levanta la culata y nos la planta delante de la cara. «Iros al infierno», dice en un inglés primitivo. Port Sudán es un lugar extraño. Una ciudad donde te puedes encontrar de todo. Locos del submarinismo que vienen a bucear entre los corales del Mar Rojo, sudaneses pobres de solemnidad, ejecutivos chinos e indios de las compañías asiáticas que explotan la riqueza del subsuelo de este país o simples obreros de estos mismos países y estas mismas compañías que trabajan a destajo por un puñado de dólares al mes y viven en unos contenedores prefabricados. Pero en esta ciudad, que tiene una enorme cárcel en el mismo centro y que está plagada de mili-tares, es donde se encuentran las respuestas y las razones profundas de la guerra eterna que vive Sudán. Lo que nos ha pasado en la puerta de Bashair no es más que otra pequeña escaramuza que refleja el clima de esa guerra. La gran promesa Hasta hace poco, Sudán no figuraba en el mapa del petróleo. Sus reservas habían sido poco estudiadas y la guerra que enfrentaba al Gobierno de Jartum, árabe y musulmán, con el sur del país, cristiano, animista y negro, dificultaba su extracción. Las pocas compañías occidentales que explotaban los recursos fueron presionadas por sus gobiernos y por las organizaciones de derechos humanos para que abandonaran el país en un tiempo en que Sudán era, por ejemplo, el refugio de Osama Bin Laden. El hecho de que una compañía canadiense enfrentara cargos de apoyo al genocidio en los tribunales norteamericanos por seguir trabajando aquí es una buena muestra de la presión. El hueco que dejaron los occidentales fue rápidamente llenado por compañías asiáticas de países en expansión y, por lo tanto, con cada vez más sed de recursos energéticos. China, con una economía que crece a un ritmo cercano al 10% anual y con unos índices de importación de crudo que crecieron en un 21% el año pasado, no se lo pensó y jugó sus cartas. Negoció con el gobierno islamista de Jartum. Petróleo a cambio de armas e instrucción para luchar contra el sur. El resultado es que su compañía petrolera, la estatal China National Petroleum Corporation, es la principal explotadora del crudo sudanés, con presencia en cuatro de los seis mayores yacimientos y con una participación del 40% en la compañía estatal sudanesa. Y ya hay más de 50.000 chinos viviendo en el país. El 10% del pastel mundial A día de hoy, Sudán provee sólo el 6% del crudo que importa China, pero lo que se valora en este caso no es lo que se saca ahora, sino lo que se puede sacar en el futuro. La producción este año es sólo de 350.000 barriles diarios, pero el año que viene será de 500.000. Podría llegar incluso a los dos millones en plena producción. Según los últimos estudios, se cree que Sudán puede albergar el 10% de las reservas mundiales de crudo. Se trata además de yacimientos de explotación barata, más incluso que los existentes en Oriente Medio. Un joya en bruto que el Gobierno chino está decido a explotar. Su compañía estatal, junto a sus homólogas de India y Malasia, han puesto el dinero necesario para construir el oleoducto de 1.392 km. que unirá los yacimientos del sur con las terminales y las refinerías de Port Sudán. Dos días después del incidente en la puerta de la terminal de Bashair, recibimos una llamada de teléfono. Es Tony Bass, un británico encargado del mantenimiento técnico de esta instalación compartida por chinos, maliasios e indios. Quiere disculparse. «La seguridad está así porque hemos tenido varios intentos de volar el oleoducto», nos cuenta, Se ve que los militares sudaneses tienen orden de proteger a los chinos a toda costa. Dos guerras en una La guerra del petróleo está servida en Sudán y camina de la mano con la guerra en Darfur. Bien se podría decir que la primera es, en buena parte, causa de la segunda. La promesa de grandes cantida-des de crudo fácil de extraer ha despertado las ambiciones de las compañías occidentales, fuera de juego desde que abandonaron el país. Estados Unidos, que ya tomó la decisión de que el petróleo será su fuente de energía principal por lo menos los próximos 50 años, necesita asegurarse la mayor cantidad de yacimientos posibles. Esa ansiedad se acrecentó aún más a principios de año, con los precios del crudo escalando hacia las nubes, huracanes afectando la producción en el Golfo de México, la crisis de Yukos, Irak convirtiéndose en un auténtico campo de batalla y Chávez comprometiendo el suministro desde Venezuela. La respuesta era África y su productor habitual, Nigeria, también tenía problemas con los rebeldes, que no querían compartir los recursos naturales con los extranjeros. Los recursos de Sudán, con este Gobierno y con China de por medio, están fuera del alcance de Washington. Así que apoyó entre bambalinas un cambio de régimen. Según varios informes periodísticos y de oenegés, financió a los rebeldes del sur y, a través de éstos, a los de Darfur. Cuando la guerra en esta región se fue de las manos por la respuesta de Jartum a la rebelión, Colin Powell lo llamó rápidamente genocidio y reclamó la intervención militar de la ONU. La sed de China China, desde luego, no se lo va poner fácil. Tiene derecho de veto en el Consejo de seguridad y ya ha anunciado que bloqueará cuantas resoluciones impliquen sanciones a la producción petrolífera. «La sed energética de China está prolongando el genocidio en Darfur», escribía hace días el analista alemán Uwe Fieschke, especialista en África. Pero también escribió: «Los países occidentales ya tienen un plan de posguerra para Sudán». Darfur es el campo de batalla de una nueva guerra fría entre este y oeste. Una guerra que tiene que ver más con los recursos que con las bombas; en la que las vidas de africanos no importan.

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