Sólo lo cogieron

«We got him (Lo tenemos)». Estas fueron las palabras del entonces administrador estadounidense en Irak, Paul Bremer, para anunciar a la prensa la captura el 13 de diciembre del 2003 de Sadam Huseín, tras una búsqueda sin tregua de ocho meses. La detención fue recibida con la subida de las bolsas, la bajada del precio del petróleo y un George W. Bush convencido del «surgimiento de un Irak libre». Un año después, la violencia domina la vida diaria de la era post Sadam, los iraquíes siguen sin ver mejoras en su vida cotidiana y EE.UU. constata que lo prometido por su presidente es aún más difícil de lo programado. El mundo pudo ver en vez del cruel dictador que juró preferir morir que ser capturado vivo a un viejo desaliñado con una larga barba y la mirada perdida mientras era sometido a distintos análisis de ADN sin mostrar resistencia. Los soldados contaron días después que en el momento en que iban a tirar una granada dentro del pozo Huseín sacó los brazos y dijo: «No tiren, soy el presidente de la república». Su captura determinó la dispersión de sus seguidores, muchos de los cuales se unieron a la guerrilla islamista en el triángulo suní y sobre todo en los bastiones de Faluya y Ramadi. Según asegura el último número de la revista US News and World Report, el dictador planificó antes de su derrocamiento la insurgencia que ha costado la vida a más de 1.000 soldados estadounidenses. Citando un informe de la inteligencia militar, la revista asegura que a finales del 2002 -la invasión comenzo en marzo del 2003- Huseín envió a más de mil agentes de seguridad e inteligencia a dos instalaciones militares cercanas a Bagdad para que recibieran entrenamiento guerrillero durante dos meses. Desde el día de su detención Sadam Huseín sólo ha sido visto en público una vez: el 1 de julio, cuando compareció ante un juez iraquí para escuchar los siete cargos por crímenes contra la Humanidad. De momento, no hay fecha para el juicio.