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Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

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DE AYER a hoy: hace treinta años salían de Utapao misiones diarias de bombarderos pesados norteamericanos para machacar Vietnam del Norte y Camboya y ahora la gran base tailandesa está sirviendo para distribuir por vía aérea ayuda material de los Estados Unidos a las víctimas del maremoto del sureste de Asia. Las agencias norteamericanas parecen disfrutar legítimamente con los testimonios de los militares que dicen preferir lo que están haciendo a combatir en una guerra. Coincidiendo físicamente con el viaje a la región de una delegación norteamericana encabezada por el secretario de Estado Colin Powell, se diría que Washington fomenta una gran campaña de relaciones públicas en una zona donde, además, la población musulmana es muy mayoritaria (Indonesia es el estado musulmán más poblado del mundo). No hay nada que reprochar a esta conducta. Acusado de cierta lentitud por su reacción en los primeros días, el presidente Bush ordenó reaccionar con presteza y buenos reflejos y la V Flota, que desde su base de Bahrein (en el Golfo) controla en Índico, se puso en marcha. También lo hicieron los efectivos que, desde Japón, patrullan el Pacífico sur. Ayer daba gusto ver a los helicópteros y los aviones arrojando comida, agua y alimentos en las áreas más inaccesibles, incluso, como es natural, sobre los rebeldes separatistas en el Aceh indonesio. La necesidad de hacer algo en seguida y bien se justifica no sólo por imperativos morales y la obligación de solidaridad internacional sino por razonables conveniencias políticas. Había causado un fuerte y muy negativo impacto la información inicialmente distribuida según la cual la gran base que en la isla británica de Diego García utilizan los B-52 sí había recibido con antelación la información sobre el maremoto que asoló siete países de Asia y llegó a la costa africana porque, sencillamente, dispone de los mecanismos de alerta previa que faltan en las riberas de los países arrasados. Un poco de bálsamo americano en días de prueba y aflicción no cambiará los datos pertinaces de la geopolítica, por no hablar de la historia, en la región, pero contribuirá a dorar el blasón de Washington, que vive horas bajas en una efervescente región del mundo.