Diario de León

Los niños de Sri Lanka vuelven al cole

A pesar de que muchas escuelas de Sri Lanka aún siguen ocupadas por desplazados, Unicef impulsa el regreso a las aulas para paliar los efecto psicológicos en los niños

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León

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Aasheck guarda cola en el locutorio de un pequeño pueblo del distrito de Tricomalli, al noreste de Sri Lanka. Tiene doce años y quiere enviar un fax. Es una carta en la que cuenta a los responsables de educación la situación de su vieja escuela. El centro fue prácticamente destruido por el tsunami. Este año las vacaciones estivales han sido duras para este chico. Algunos de sus compañeros están desaparecidos y otros dos descansan para siempre en una fosa común excavada frente al mar. Volver a clase no le será fácil, pero quiere regresar, volver a la normalidad. Por eso ha escrito esa carta. Aasheck, que es musulmán como la mayoría de los habitantes de Tricomalli, pide libros y material escolar para su colegio religioso. Regresar a las aulas, como pretende Aasheck, es una de las medidas de urgencia impulsadas por el Gobierno a sugerencia de Unicef. Es el primer paso de la escalera que conduce hacia la normalidad. El objetivo es evitar o paliar los efectos psicológicos del maremoto sobre los más pequeños. Algunos niños de Kinnia, por ejemplo, aún no se atreven a pasear por la arena. Siempre sonríen, como si nunca les hubiera pasado nada, pero cuando quieren mostrar a alguien el mar sólo se asoman hasta el montículo de tierra y escombro en que quedó convertido la playa de su pueblo. Por eso ayer, la mayor parte de los centros escolares de Sri Lanka reanudaron su actividad en un intento de borrar la his-toria escrita durante al menos los últimos quince días. Pero junto a los que por fin pudie-ron volver a coger lápiz y papel, aún son muchos los que se han visto obligados a dilatar de for-ma obligatoria sus vacaciones. Según los datos que maneja el Ministerio de Educación de Sri Lanka, en torno a 170 escuelas fueron dañadas o destruidas por la gran ola y otras 260 es-tán ejerciendo las funciones de casa de acogida para los cerca de 300.000 desplazados por el tsunami. En la noche del domingo al lunes, en una de esas escuelas convertidas en vivienda Shami-ra casi no pudo dormir. Padecía la ansiedad de volver a coger los libros para aprender el idioma de esas chicas de pantalón azul y camiseta blanca (miembros de la Sociedad Española de Medicina de Catástrofes) que le enseñaron a cantar el «borriquito como tú, tururú». Pero ayer en su escuela, ocupada por unos 5.000 refugiados, todavía no se pudo escuchar la campana que marca el inicio y final de las clases. Tras este primer pistoletazo de salida, una de las prioridades del Gobierno es apurar la refor-ma de los centros afectados e impulsar la rápida instalación de las tiendas a las que luego deberán trasladarse a vivir los que se han quedado sin hogar tras el maremoto.

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