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Publicado por
MARÍA CEDRÓN
León

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B. L. RAMANAYAKA tenía una casa en Hambantota al lado del mar. El día del Budish Poya Day, festivo en Sri Lanka por ser éste un país con mayoría budista, viajó a Colombo para visitar a su familia. Cuando volvió a su casa, Ramanayaka ya no tenía una vivienda junto al mar. Sólo poseía un montón de escombros que miraban al océano. Y echó un vistazo a su alrededor y comprobó que muchos de sus vecinos ya no eran vecinos, sino cadáveres sin derecho a cementerio y conde-nados a una fosa común. Ramanayaka lloró, se desesperó y acabó felicitándose de estar vivo. Ahora, un mes después de la catástrofe, los muertos comienzan a ser menos muertos. Las cifras se hacen pequeñas. Los 280.000 cadáveres que se contabilizaron ayer equivalen casi a 140.000 de finales de diciembre. Parece que hasta las tragedias están de rebajas. Pero aunque la fase de emergencia haya llegado a su fin, la ayuda sigue siendo necesaria. La única diferencia es que ahora tiene que ser distinta. En lugar de muertos habría que hablar de vivos. ¿Qué va a pasar con los supervivientes que se han quedado sólo con recuerdos cuando los escombros dejen de seducir a las parrillas de los informativos? Y es que la vida no deja de ser dura cuando desaparece de las pantallas de televisión.

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