¿Y ahora qué?
B. L. RAMANAYAKA tenía una casa en Hambantota al lado del mar. El día del Budish Poya Day, festivo en Sri Lanka por ser éste un país con mayoría budista, viajó a Colombo para visitar a su familia. Cuando volvió a su casa, Ramanayaka ya no tenía una vivienda junto al mar. Sólo poseía un montón de escombros que miraban al océano. Y echó un vistazo a su alrededor y comprobó que muchos de sus vecinos ya no eran vecinos, sino cadáveres sin derecho a cementerio y conde-nados a una fosa común. Ramanayaka lloró, se desesperó y acabó felicitándose de estar vivo. Ahora, un mes después de la catástrofe, los muertos comienzan a ser menos muertos. Las cifras se hacen pequeñas. Los 280.000 cadáveres que se contabilizaron ayer equivalen casi a 140.000 de finales de diciembre. Parece que hasta las tragedias están de rebajas. Pero aunque la fase de emergencia haya llegado a su fin, la ayuda sigue siendo necesaria. La única diferencia es que ahora tiene que ser distinta. En lugar de muertos habría que hablar de vivos. ¿Qué va a pasar con los supervivientes que se han quedado sólo con recuerdos cuando los escombros dejen de seducir a las parrillas de los informativos? Y es que la vida no deja de ser dura cuando desaparece de las pantallas de televisión.