SIRIA IRÁN
Damasco ya no está en la «lista de los malos» Teherán, entre la voluntad de influencia y la desestabilización
Durante los meses posteriores a la invasión de Irak, Siria ocupó muchos debates en Washington. Algunos opinaban que iba a ser el próximo objetivo de la guerra glo-bal contra el terrorismo e incluso tuvo algunos escarceos militares con Irsrael. Cuando la insurgencia iraquí comenzó a golpear duro tras el final de la guerra, Estados Uni-dos acusó a Damasco de permitir el paso de terroristas a través de sus fronteras. Siria se aplicó en la vigilancia para aplacar los recelos de los norteamericanos y, para sorpresa de muchos, consiguió no estar en la lista de países «enemigos» que desglosó la nueva secretaria de Estado, Condoleezza Rice en su sesión de confirmación. Las elecciones iraquíes represen-tan para Irán una disyuntiva en su politica de seguridad nacional. Por un lado, ve con buenos ojos el surgimiento de un poder chií en el país vecino, un sueño largamente acariciado por Teherán para expan-dir su influencia en Oriente Medio. Por otro, desconfía de ese mismo poder chií, porque sabe que tendrá que contar con el beneplácito del «Gran Satán», Estados Unidos. El régimen de los ayatolás recela además de cualquier avance en la estabilización de Irak porque teme, con razón, que en cuanto Washington salga del atolladero iraquí mueva su punto de mira hacia ellos. Esta contradicción estratégica ha llevado a Irán a realizar una política un tanto errática en Irak. Muchos de los partidos religiosos chiíes iraquíes tienen su sede central en el país vecino y Teherán los apoya financiera y políticamente. El Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak, cuyo líder Abelaziz al Hakim es el cabeza de lista chií para las elecciones en Irak, tiene una fuerte inspiración iraní. Sin embargo, no es ni mucho menos sumiso a los dictados de Teherán. El propio Al Hakim, rechaza la creación de un estado regido por clérigos como el que existe en Irán y, en consonancia con el máximo líder religioso de Irak, el ayatolá Alí Sistani (que es iraní y habla árabe con acento persa), aboga porque los ayatolás no interfieran demasiado en política. Más allá de los líderes políticos, las bases chiíes de Irak tampoco miran con demasiada simpatía a sus vecinos iraníes. No en vano, a pesar de su hermandad religosa pertenecen a dos grupos étnicos distintos: los iraquíes son árabes y los iraníes persas. El recuerdo de la guerra Irak-Irán y su millón largo de muertos tampoco alienta la fraternidad. Por todas estas razones, a pesar del apoyo que brinda a los partidos políticos, Teherán se asegura sobre todo de que Irak siga siendo un atolladero para Bush. Para ello ha desplegado un buen número de espías con la misión de que siembren todo el caos posible. Hay serios indicios de que armaron y ayudaron a organizar la revuelta del clérigo radical Moqtada al Sáder.