| Análisis | Las paradojas |
Urnas descafeinadas
«A los occidentales les encanta organizar elecciones en países en guerra. Son un desafío logístico, producen ganadores y perdedores y, cuando se ha completado el proceso, ofrecen una sensación de misión cumplida. Si en realidad cambian algo para bien en el país en el que se celebran ya es otra cosa». Estas palabras llenas de lucidez las pronunciaba un veterano funcionario de las Naciones Unidas durante las elecciones del pasado otoño en Afganistán; pero lo mismo podrían aplicarse a los comicios de hoy en Irak. Efectivamente, no es ya la conveniencia de celebrar elecciones, en concreto, en Afganistán o en Irak lo que empieza a suscitar el escepticismo de muchos expertos en procesos de democratización sino la misma idea de imponer comicios a países que no parecen pre-parados tanto para organizarlos como, lo que es más importante, para asumir sus resultados. En este sentido, al menos, lo que suceda en Irak a partir de estas elecciones de hoy va a ser crucial no sólo para Irak sino para la teoría política de los próximos años. Para Estados Unidos (donde, irónicamente, concluirán las elecciones cuando cierre el último colegio electoral para los expatriados) estas elecciones son doblemente importantes. Por una parte, en el plano simbólico, la democratización de Irak, por limitada que llegue a ser, constituiría ya la única justificación posible para una guerra que se inició con las hoy ya míticas armas de destrucción masiva. Por otra parte, en un plano más práctico, Estados Unidos necesita un gobierno iraquí, el que sea, con un mínimo de legitimidad, para tener a quien traspasar el poder e iniciar así una retirada que a estas alturas desea ya la mayoría de la sociedad norteamericana. Paradógicamente es precisamente esta premura de Estados Unidos en apuntarse el gol de la honra y marcharse la que, sin querer, ha ahondado la crisis. La impaciencia en aplastar los focos de insurgencia no sólo no ha dado resultados: al utilizar una policía eminentemente chií contra ciudades suníes como Faluya o Ramadi, quizás haya acelerado la descomposición de la sociedad civil.