A Laura le niegan la cena
La obsesión por la seguridad y el exceso de celo de la comitiva norteamericana trastoca la vida en Bruselas y plaga de anécdotas las 24 horas de visita de Bush y su esposa
Barrios acordonados, periodistas sometidos a análisis de partículas y multitud de perros adiestrados. La visita a Bruselas del matrimonio Bush puso del revés la tranquila vida de la capital comunitaria e incluso deparó instantes de tensión, como el protagonizado por una mujer que intentó asaltar el hotel Sheraton, donde se hospedaba la delegación norteamericana, con un cuchillo de caza escondido en su ropa. Pero también dejó un nuevo hombre de moda, llamado Richard Hahn, un chef de culto que tuvo el descaro de negarle mesa y mantel a la mismísima primera dama de los Estados Unidos. Ocurrió el lunes al anochecer. El inquilino de la Casa Blanca tenía cita para cenar a solas con el presidente francés, Jacques Chirac, así que su esposa, Laura Bush, fue rescatada por la mujer del embajador de EE.?UU. en Bruselas, Anne Korologos, para visitar el barrio del Sablón, uno de los más bellos de la ciudad, donde se concentran las lujosas tiendas de anticuarios y los chocolateros más exclusivos. Afanada como de costumbre, la policía belga se dispuso a precintar toda la zona para garantizar la seguridad en el paseo de la primera dama mientras ésta debía cenar con nueve personas más en el recomendado L'Ecailler du Palais Royal, nouvelle coussinne francesa servida en un edificio del siglo XVII cuyas paredes están engalanadas con seda escocesa. El problema vino cuando los comensales soli-citaron, también por seguridad, ocupar en exclusiva toda una planta del restaurante, a lo que el establecimiento se negó de raíz para evitar las molestias a otros clientes. El plato: caviar de Irán El henchido chef Hahn justificaba su decisión en la cadena pública RTBF alegando que hacer lo contrario sería «una discriminación» a quienes ya habían reservado. Aunque mirándolo bien, quizás le evitara un disgusto a los americanos, pues uno de los platos más recomendados de la casa es el caviar de Irán, por supuesto sin uranio, al desafiante precio de 100 euros por cada cata de 30 gramos. Al final, Laura Bush y compañía optaron por el aún más exclusivo La ville de Lorraine, un restaurante que no sirve nada parecido a uno de los platos preferidos del matrimonio Bush: la barbacoa campera. Y a la mañana siguiente, mientras su marido proseguía con la agenda en las sedes de la Otan y del Consejo Europeo, la primera dama prefirió escaparse a Alemania para visitar a los soldados norteamericanos heridos de guerra. El exceso de celo en materia de seguridad que empleó Estados Unidos en esta cumbre suscitó infinidad de anécdotas. Para empezar, se retiraron las mesas de las salas de prensa, obligando a los líderes a comparecer de pie, pues los exper-tos norteamericanos estiman que en caso de tener que salir huyendo con el presidente debido a un atentado, ganarían entre dos y tres segundos. Además, en la entrada del Consejo -un edificio revestido de granito rosa español procedente de la localidad gallega de Porriño, donde la UE descubrió escuchas telefónicas atribuidas a Israel- se instaló un moderno escáner para detectar explosivos por el que pasaron periodistas y funcionarios para ser sometidos a chorros de aire, revisión del iris y análisis instantáneo de partículas. Ingenieros de la Otan provistos con distintas cantidades de munición, verificaron el correcto funcionamiento de la Sentinel II, así se llama la máquina. Los sótanos del edificio, ocupados por aparcamientos, fueron tomados de forma permanente por perros adiestrados, que también se encargaron de darle los buenos días a los funcionarios que entraban a trabajar al Consejo. Uno a uno, fueron obligados a bajarse del coche para comprobar asientos, bajos y maletero. También se cerró una estación de metro, las grúas se hincharon a llevar coches y varias líneas de autobuses, la que atraviesan el barrio europeo o las zonas visitadas por Laura Bush, fueron desviadas.