¿El fin del «berlusconismo»?

No hay, aparentemente, grandes cambios en este nuevo gobierno que la prensa italiana llama ya «Berlusconibis». Pero como sucede con los bises de los cantantes de ópera, la melodía nunca se repite exactamente igual. De hecho, los cambios son sutiles y afectan a la misma naturaleza del berlusconismo. Éste ha sido a menudo mal interpretado fuera del país transalpino, donde la figura, entre excéntrica y preocupante, del propio primer ministro ha llevado a muchos a identificar el berlusconismo con un populismo moderno basado en los medios de comunicación. Lo es, en parte. Pero sobre todo, y más que una manera de gobernar, es una manera de pactar, en un país, Italia, en el que la política es ante todo y esencialmente eso: pacto. Es en la crisis de ese pacto donde se encuentra el origen de esta crisis de Gobierno. Los malos resultados cosechados en las elecciones regionales por los candidatos gubernamentales han empujado a la Liga Norte, la Alianza Nacional y los democristianos a un conflicto entre ellos, más que contra el propio Berlusconi, pero que puede acabar por destruir la verdadera fuerza que mantiene en el cargo al primer ministro, que no procede de los votos sino de los consensos. Los posfascistas de Alianza Nacional acusan a las reformas regionalistas de la Liga de la pérdida de gobiernos regionales en los comicios de abril, y los democristianos de Buttiglione buscan, como siempre una mejora en sus carteras a base de amenazar con la crisis. Ayer, a pesar de todo, ningún medio italiano se atrevía a pronosticar el fin del berlusconismo. Algunos se limitaban, como mucho, a desearlo.