El paradigma de la política «bananera» ecuatoriana
El relevo en el poder no ha conseguido traspasar parte de la riqueza de un país productor de petróleo a las capas más desfavorecidas que han visto como se asentaba la corrupción
«Cambiamos de payaso, pero el circo sigue siendo el mismo». Este graffiti escrito en un muro de Quito hace pocos años, tras una elección presidencial, refleja el sentimiento mayoritario de los ecuatorianos, cansados desde hace tiempo de ver cómo distintos mandatarios, pero los mismos partidos políticos, se suceden en el poder sin que la población perciba una mejora en sus condiciones de vida. Los reiterados alzas en los precios del petróleo no han sido aprovechados por un país productor como Ecuador para transferir una parte de esa riqueza a las capas más desfavorecidas y, en cambio, los escándalos de corrupción y robo han proliferado entre los gobernantes. El mapa político del país es uno de los más complejos y fraccionados de América Latina. El eje izquierda-derecha está completamente distorsionado y generalmente las siglas de las formaciones políticas no se corresponden con su significado. Además, el auténtico eje del país se encuentra en la rivalidad tradicional entre la costa y la sierra. La costa está dominada por la derecha empresarial y por los grupos populistas. En esa zona se asienta Guayaquil (2.100.000 habitantes), la ciudad más poblada de Ecuador (en el país viven 13 millones) y su capital económica. La sierra está controlada por la oligarquía tradicional -descendiente de los españoles- y por algunos sectores izquierdistas e indigenistas.