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«Rotspanier» 43.227

Rufino Baños Lozano, nacido en El Burgo Ranero, fue uno de los supervivientes españoles de los campos de exterminio nazis de Mauthausen y Gusen; le salvó su afición al fútbol

León

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«Los españoles tenemos aún una deuda con los compatriotas que lucharon en la Segunda Guerra Mundial, ya que en tiempos ominosos dignificaron el nombre de España en el mundo» SECUNDINO SERRANO, historiador y escritor leonés en «La última gesta» Rufino Baños Lozano (El Burgo Ranero 1917 - Maisons Alfort 1980) no había cumplido aún los 20 años cuando el 15 de junio de 1937 abandonó León con otros amigos para sumarse como soldado del ejército republicano en el frente asturiano. Con su decisión iniciaba un camino sin retorno que le condujo, la madrugada del 27 de enero de 1941, al campo de exterminio nazi de Mauthausen, en Austria, y dos meses después a su filial, Gusen. En 1944 pasó a Gusen II y sobrevivió a la liberación, hace ahora 60 años. Allí se transformó en el rotspanier (rojo español) número 43.227. En estos campos trabajó en la cantera de piedra, con lluvia, sol o nieve, aguantando palos «y demás salvajadas». Es posible que al deportado leonés le salvara su afición al fútbol. Como dice su hijo José María, «dentro del horror siempre hay una parcela de paz y risa» y a los prisioneros de Gusen les permitían jugar al fútbol el domingo por la mañana. Había equipos por nacionalidades y Rufino ocupó la plaza vacante en el español. «Como jugaba bien le cayó en gracia a un SS que le vino a buscar después del partido y el lunes, después de formar, le sacó de la cantera y le metió en un taller», añade. Después pasó a la cocina y fue cuando se implicó en la resistencia del campo. «Robaban comida para comprar a jefes de barracones y dar de comer a la gente que se podía salvar», según el testimonio recogido por su hijo. Se salvó de la horca, pero no de los palos cuando en cierta ocasión les sorprendieron con un kilo de pastas a él y a un chaval húngaro. Rufino sobrevivió a las tres desinfecciones que sufrió en los campos. Les formaban en el exterior y les dejaban desnudos mientras gaseaban el interior del barracón. La más larga se prolongó por 18 horas; muchos presos morían allí debido a su estado de debilidad. En el campo tuvieron que soportar también las duchas al aire libre por la noche durante media hora, con menos de diez grados bajo cero. «El que no andaba listo no salía adelante», le decía a su hijo desde muy pequeño. Los nazis los mataban lentamente porque «eran un material que producía dinero». Rufino coincidió en Gusen con Ursicino Ruiz García, nacido en Carrizal, que forma parte de la lista de leoneses fallecidos en este campo de concentración. Sólo regresó a España a una ocasión, en agosto de 1969, y falleció en Francia en 1980 a la edad de 63 años. «Tenía los riñones fastidiados por culpa de los años de cautividad y de los palos que le habían dado», relata José María Baños. También recuerda que «al final de su vida, como todos los deportados, ya no aguantaba esperar -habían pasado demasiado tiempo esperando la comida y la libertad- y extraños sueños poblaban sus noches, demasiadas caras de amigos volvía a surgir y también el miedo».