| Análisis |
Revolución sangrienta
La revolución en Uzbekistán no tiene nada que ver con el resto de movimientos populares que han acabado en los últimos meses con los gobiernos dictatoriales de Georgia, Ucrania y Kirguizistán. La clave está en que el dictador uzbeko, Islam Karímov, goza del respaldo de Estados Unidos por que prestó la base de Janabad en 2001 para que operaran en Afganistán las tropas aerotransportadas norteamericanas. Una presencia que continúa y que ha representado el cambio influencia en la zona de Moscú a Washington. Y si había alguna duda, la revolución de las rosas en Georgia, la revolución naranja en Ucrania y la revolución de los tulipanes en Kirguizistán han inclinado la balanza a favor de los intereses del Gobierno Bush que es consciente de que el dominio de esta zona de gran valor estratégico para el control de enormes recursos energéticos, como el petróleo y el gas del mar Caspio, pasa por la simpatía de los políticos gobernantes en cada país. El argumento de lucha contra el terrorismo islamista sirve en numerosas ocasiones, incluso para la brutal represión ejercida en las últimas horas por el ejército uzbeko contra los manifestantes en la localidad de Andiyán. Ésta es otra de las claves que diferencian esta situación de los levantamientos en otros países de la zona: sus dictadores no se atrevieron a utilizar la fuerza indiscriminadamente contra sus detractores porque sabían que detrás de esas revoluciones espontáneas se encontraba la mano secreta de una gran superpotencia que no sólo financiaba sino que las sostenía en la escena internacional. No hay que olvidar que el lugar donde han surgido las protestas es una zona habitual de influencia islamista donde la riqueza del petróleo no llega y la miseria y el incremento de la población se convierten en excepcional caldo de cultivo para los fundamentalistas. Esta crisis vuelve a crear dificultades entre Europa y Estados Unidos, aunque no habría que cerrar los ojos a que una mano rusa pueda intentar devolver la humillación del baño de multitudes de Bush en Georgia, que se ha convertido en un acérrimo enemigo de Rusia al exigir la salida de las tropas rusas en un breve espacio de tiempo. Asia central es un polvorín donde se juegan intereses de grandes potencias por su valor energético.