| Análisis | El discurso social |
Adiós al pañuelo de colores
Las mujeres de Irán no sólo tendrán que seguir cubriendo sus cabezas con un pañuelo, a partir de ahora, muy probablemente, el pañuelo no podrá ser ni siquiera de colores. Ese era el inocente símbolo de los años reformistas de Jatami, cuando se intentó la reforma del sistema desde dentro del sistema, el ambicioso sueño de la democracia islámica. Ayer se certificaba el fin de ese ciclo: Mahmud Ahmadineyad, el más fundamentalista de los candidatos que se presentaban a las elecciones, es el presidente de Irán. La victoria de Ahmadineyad ha sorprendido a todos porque, acostumbrados a leer la política iraní en términos de conservadurismo y reforma, se nos había olvidado tomar en consideración lo que ha sido la magnitud crítica en estas elecciones: la pobreza, una pobreza que ha resultado más acuciante que cualquier deseo de libertad, en un país que está socialmente fracturado. Lo que ha acabado enfrentándose en esta segunda vuelta de las elecciones iraníes son los ricos y los pobres; aquéllos perfectamente representados por el hombre más rico del país (Rafsanyani), éstos ilusionados por algo que casi siempre funciona en una nación islámica: el discurso coránico del puritanismo,compasión religiosa y el reparto. Entre ricos y pobres, estaba claro que, por una cuestión de número, ganarían estos últimos. Pese a su discurso duro, en la sociedad ha calado el mensaje socialista del ultraconservador, que no se ha cansado de hablar del reparto de la riqueza y de la justicia social que enarboló la revolución islámica. La victoria no es tanto la suya como la de Jamenei, el líder supremo, la máxima autoridad religiosa del país.