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Publicado por
CONSUELO SÁNCHEZ-VICENTE
León

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EL SELECTO club de los países más ricos de la tierra, el llamado G-8, se reúne este miércoles en Edimburgo con la que, tal vez, es la más cruel de las paradojas que tiene planteadas la humanidad sobre la mesa: mientras mil millones de seres humanos se mueren literalmente de hambre y de sed en el mundo, otros mil millones se pasan (nos pasamos) la vida gastando en dietas, gimnasios, médicos y curanderos lo que no está escrito para combatir los kilos de más y el colesterol. ¡Por fin!, hay que decir. Por fin porque, como no paran de advertir desde hace décadas los expertos en población, nuestro mundo puede producir y de hecho ya produce alimentos de sobra para alimentar, no solo a los 6.000 millones de seres humanos que hoy lo habitamos sino a los 12.000 millones que se calcula que lo habitarán dentro de unos cincuenta años, con la sola condición de repartirlos... Un poquito mejor. Ante algo tan atroz como que mil millones de personas mueran cada año de hambre al lado de nuestros bien surtidos «cubos de basura», lo más fácil es echarle la culpa a «los políticos». Algo de cierto hay en ello, claro. Incluso, mucho. En democracia, los ciudadanos delegamos en los dirigentes políticos la tarea de mejorar la realidad. El buen gobierno del mundo es «su trabajo». Pero en cuanto lo alcanzan el poder los políticos tienden casi por naturaleza a la comodidad y pereza.

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