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| Perfil | Lucía Hiriat |

La codicia tras el trono del dictador

La esposa de Pinochet confesó en plena dictadura: «Si yo fuera jefa de Gobierno, sería mucho más dura que mi marido». Perdido el poder, se decantó por zapatos y tiendas

Fotografía de archivo en la que la esposa del dictador atiende a los medios

Publicado por
Marcela Valente - buenos aires
León

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Lucía Hiriart de Pinochet aparentó siempre ser una ingenua ama de casa, una madre ejemplar para sus cinco hijos, una abuela tierna. Pero tras de ese perfil bucólico hay una mujer codiciosa, autoritaria y cruel, que ocultó durante toda su vida un apetito de poder más insaciable que el de su marido, el ex dictador chileno Augusto Pinochet. Su máscara comenzó a resquebrajarse con la detención de su esposo en Londres a fines de la década de los noventa, y esta semana recibió el golpe de gracia. A los 81 años, fue procesada por cómplice en un fraude tributario y estuvo detenida en un centro médico durante un día hasta obtener la libertad provisional. Lejos queda la época de gloria, cuando su marido tenía a todo Chile en un puño. Al lado de Pinochet Lucía había nacido en una familia acomodada. Su padre era abogado, y ejerció como senador y ministro. «Por haberme casado con Pinochet, no pude ser senadora como mi padre», se lamentaba, frustrada, entre sus amigos. Pero supo sublimar esa vocación; fue ella quien empujó a un Pinochet timorato a dar el golpe que derrocó al presidente Salvador Allende en 1973; una noche de aquel año lo llevó hasta el cuarto donde dormían sus hijos menores y le dijo: «ellos caerán bajo la tiranía comunista por su culpa, porque usted no se atreve a actuar». Su incitación fue clave en el derrocamiento del gobierno constitucional. «Si yo fuera jefa de Gobierno, sería mucho más dura que mi marido», confesó en plena dictadura. «Tendría en estado de sitio a Chile entero», amenazó. Su crueldad erizaba la piel. «¿Y por qué se queja esta niña si se quemó tan poco?», dijo en alusión a la sobreviviente del sonado caso de los quemados. En 1986, una patrulla militar detuvo a dos jóvenes, los roció con combustible y les prendió fuego. El muchacho murió, y la adolescente quedó muy dañada. Con su opinión, Lucía podía quitar a un ministro o a un alcalde sólo porque le llegaba el rumor sobre una supuesta infidelidad. Su catolicismo ferviente y su apego a los valores de la familia patriarcal no le permitían tolerar aventuras en su entorno. «Mi mejor amigo es La Lucy», comentaba Pinochet entre sus íntimos. En cambio sus principios eran más laxos en torno al manejo del dinero. En el libro Pinochet, epitafio para un tirano , el periodista Pablo Azócar cita a Federico Willoughby, portavoz del gobierno militar en los primeros años. «Ella siempre quiso que su marido escalara», recuerda, y aseguraba que era ella, y no Pinochet, la que tenía pretensiones de vivir «en casas fastuosas». Después del poder Cuando ya habían dejado poder, el diario chileno La Nación reveló que una conocida marca de zapatos llevaba su colección a su despacho. Ella escogía una veintena y les hacía prometer que sólo al año siguiente pondrían a la venta los mismos modelos. Es una compradora compulsiva de productos importados y fanática de las grandes tiendas, dicen quienes la conocen. Ahora el juez Sergio Muñoz considera que ella no podía ignorar el patrimonio acumulado por su familia. Su firma aparece en infinidad de operaciones bancarias, adquisición de propiedades, empresas y otros bienes. El magistrado también puso la lupa sobre la administración de Cema Chile, la fundación de beneficencia creada por ella durante el régimen para hacer beneficencia. La fundación manejó una fortuna en subsidios y cesiones de tierras, de las que nunca se dio cuenta al Estado.