Diario de León

Europa menosprecia su riqueza

Cuando los europeos comprendan que la diversidad cultural engrandece, alimentada por centenares de raíces, la Unión superará su ensimismamiento y su parálisis Opinión:

Publicado por
Xosé Luís Vilela - redacción
León

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Acostumbrados a nuestras avanzadas formas de vida, los europeos apenas reparamos en que somos unos privilegiados. Pese a todas las imperfecciones que acumulan y ahogan nuestro sistema, el modo de vida al que hemos llegado tras largos siglos de convulsiones y horror es el más evolucionado del mundo. No es una exageración. África, cuna de la especie humana, se debate todavía en una adolescencia cruel, donde sólo sobrevive el más fuerte y ni siquiera se ha puesto en valor la vida humana. La Asia árabe, origen de la civilización, vivió su edad de oro hace quinientos años, pero retrocede desde entonces a un estadio anterior en el que el sistema sofoca -cuando no niega- la individualidad y los derechos que consideramos inherentes a la persona. La Asia oriental, que ha ido tantas veces por delante, mantiene también una asfixiante preponderancia de la jerarquía sobre el individuo. Sudamérica -esa esperanza- se debate entre el expolio, la pobreza, la desigualdad social y la corrupción. Y Norteamérica -la supuesta Arcadia- ha desarrollado tan acríticamente las reglas del capitalismo que ha dejado al individuo como un náufrago a merced de su suerte. Libertad, igualdad, fraternidad Europa, sin embargo, con todas sus limitaciones, tensiones y contradicciones, ofrece al mundo un modelo de civilización más razonable. Reconoce el derecho del individuo a dirigir su propia vida, establece la igualdad entre todos, objetiva las normas de convivencia e impone la solidaridad con la pretensión de que ninguno quede aban-donado. El modelo europeo aún queda lejos de las aspiraciones humanas, desde luego, pero está más próximo a ellas que ninguno. Por eso, lo primero que hay que decir en el debate sobre Europa es: sí, ojalá haya más Europa. Conflicto cultural Para que haya más Europa es necesario superar gran-des conflictos que todavía la coartan y la frenan. Ahora, afortunadamente, son incruentos, pero existen y se manifiestan con crudeza, porque, en realidad, la política se ha convertido en la forma de hacer la guerra por otros medios. Una de las grandes tensiones que influyen en la ralentización del proyecto europeo es el conflicto cultural. La Unión aún no ha definido bien su modelo, y, cuanto más crece, más se agudizan sus contradicciones. Los grandes países libran una dura batalla por la primacía de su propia cultura, que consideran consustancial a Europa, mientras los demás se obligan a no perder comba. En ese contexto, nadie toma decisiones, se cortocircuita la interrelación y, a pesar de que han caído las fronteras internas, cada cultura se mira más y más al ombligo, levanta murallas y se aísla en su territorio. El resultado es que, mientras tanto, subliminalmente, se impone otra más poderosa y coherente, tan respetable como la propia, pero muy alejada de los principios que nos hacen pedir más Europa. Ya está sucediendo y va a más: en poco tiempo, la cultura universal será la norteamericana, porque allí se hace la televisión que devora todo el mundo, allí se produce el cine que maravilla en todas las pantallas y allí se editan los libros que conforman todas las conciencias. ¿Y qué tiene de malo? Nada. Salvo que condenamos a la irrelevancia universal el modelo de sociedad que preconiza Europa. El modelo europeo Pero, ¿Cuál es el modelo cultural europeo? Francia tiene uno, Gran Bretaña tiene otro, Alemania no renuncia al suyo, España es un crisol de cuatro, Italia aporta el propio, Grecia inventó la filosofía, Portugal fue ejemplo en el mundo, Suecia lo es ahora... Pues eso: el modelo cultural de Europa es envidiable: es su propia riqueza. Un tesoro en el que confluyen la luz germinal del pensamiento clásico, la lluvia fecundadora del Renacimiento, el frondoso bosque de las tradiciones populares, el fuego innovador de las vanguardias, el océano de los grandes pensadores. Todo. Todo el cosmos en un continente que parece incapaz de apreciar su tesoro. Y de sacarle partido. Cuando Europa comprenda que la diversidad suma y engrandece, y que ella posee el árbol ubérrimo, alimentado por centenares de raíces, superará su ensimismamiento y su parálisis. Los tres retos Y será práctica. En primer lugar, dará a toda su población una herramienta imprescindible para intercomunicarse: una lengua franca en la que habrán de saber expresarse todos los ciudadanos desde la temprana edad de diez años. A estas alturas, nadie debería dudar que esa lengua ha de ser el inglés, porque está mejor colocada internacionalmente. Pero todavía falta convencer a los franceses. En segundo lugar, se plantearía ganar la batalla de la comunicación. Puesto que tiene mucho que contar, debe tener canales para ello: promover la presencia apabullante en Internet y fomentar de verdad (abaratar) el acceso a las nuevas tecnologías; producir televisión para llenar programaciones de miles de canales; competir con decisión en la industria del cine; ganar la primacía en la difusión de la cultura. Y por último, aunque no menos importante, debería cuidar, preservar y alimentar el manantial del que obtiene toda su riqueza, que no es otro que el de la impresionante diversidad de su cultura. Como sucede con la personalidad de cada individuo, sólo cuando cada cultura se sienta admitida, comprendida, querida y estimulada, estará en condiciones de aportar lo mejor de sí misma a los demás. Y cuando sea así, Europa no sólo tendrá un modelo. Será el modelo para el resto del mundo.

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