Diario de León
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Tomás García - redacción
León

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Ningún político de la historia de Washington abarca como Dick Cheney (Nebraska, 1941) todas las facetas del conglo-merado militar-empresarial que gobierna Estados Unidos desde hace un lustro. Vicepresidente del país, ex secretario de Defensa, miembro fundador del American Enterprise Institute -el grupo de pensamiento que ideó un nuevo orden mundial bajo liderazgo neoconservador estadounidense-, socio destacado del Instituto Judío para Asuntos de Seguridad Nacional, casado con una directiva de la poderosa empresa armamentística Lockheed Martin y ex presidente de Halliburton -la corporación petrolera que ha sacado tajada de todas las intervenciones militares estadounidenses desde Viet-nam-, Cheney lleva desde los 35 años en la Casa Blanca, adonde llegó de mano del ac-tual responsable de Defensa, Donald Rumsfeld. Desde entonces ha sufrido cuatro infartos y ha sigo protagonista de sonoros escándalos que luego se han quedado en nada. Así, hace un par de años fue demandado por estafar a los accionistas de la compañía petrolera que dirigió durante los años del mandato de Bill Clinton. Los abogados le acusaron de engordar la cuenta de beneficios para mantener una imagen saludable de la compañía. Desde el bombardeo de Irak, Halliburton ha acaparado titulares periodísticos. La empresa de la que Cheney sigue cobrando en calidad de ex directivo ha sido acusada de estar reconstruyendo el país sin reparar en gastos, a cuenta del maltrecho bolsillo de los contribuyentes estadounidenses. Pero, a diferencia de Al Capone, el escándalo que se puede llevar por delante la carrera política de Cheney no es un asunto menor, sino el nudo gordiano de su política en estos años de mandato de Bush junior. La investigación del fiscal Fitzgerald no sólo destapa una trama sobre una espía, su esposo diplomático y los asesores del presidente, sino que deja al descubierto al denominado Grupo de Irak de la Casa Blanca, un puñado de altos funcionarios de seguridad que durante los últimos cuatro años se encargaron de diseñar la conspiración necesaria para poder derrocar el régimen de Sadam Huseín con el visto bueno del Congreso, los medios de comunicación y la mayoría de la sociedad estadounidense. El halcón está a punto de ser cazado.

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