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Miers y Bush, el pasado día 3 de octubre en la Casa Blanca

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Ó. Santamaría - corresponsal | nueva york
León

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Mirando al suelo y sin su habitual media sonrisa. Las últimas imágenes de Bush dejan intuir el estado de ánimo de un presidente que no pasa por sus mejores momentos, acorralado en un lado del cuadrilátero apenas cuando se va a cumplir el primer año de su segundo mandato. La decisión de Miers se produce en una semana negra para el republicano, cuando se espera conocer el resultado de la investigación sobre la filtración de la identidad de una agente secreta de la CIA, que podría saldarse con acusaciones a alguno de sus más cercanos colaboradores, y cuando el número de soldados muertos en Irak superaron la cifra simbólica de los 2000. Suma y sigue. Las encuestas reflejan que su popularidad ha caído en picado. Las principales iniciativas políticas -como la reforma de la Seguridad Social- que diseñó para su segunda legislatura están aparcadas por la falta de apoyo. Sus hombres fuertes en el Congreso y el Senado están siendo investigados, uno por lavado de dinero y el otro por una operación bursátil irregular. Pero la retirada de Miers ha sido un fuerte revés en lo personal. Primero porque la abogada es una vieja amiga (a la que quería recompensar) y segundo porque su renuncia fue forzada por los propios conservadores, que hasta ahora habían demostrado una férrea lealtad al presidente. La ruina amenaza a la Casa Blanca.