Diario de León

Libby, que coloca a la Casa Blanca en una situación delicada, podría ser condenado a 30 años | Perfil | Lewis «Scooter» Libby |

El principal asesor de Cheney en la guerra?de?Irak?acaba?en?el?banquillo El?hombre?que habló demasiado

El fiscal lo procesa por dar el nombre de una espía cuyo marido se opuso a la invasión

Lewis Libby en su coche oficial saliendo de la Casa Blanca

Lewis Libby en su coche oficial saliendo de la Casa Blanca

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Óscar Santamaría Ó. Santamaría - corresponsal | nueva york corresponsal | nueva york
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Lewis Scooter Libby dimitó ayer como jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney al ser acusado de cinco delitos en el caso de la filtración de la identidad de una agente secreta de la CIA, el llamado Plamegate. Un culebrón que ha puesto contra las cuerdas a la Casa Blanca. El fiscal especial Patrick Fitzgerald presentó ayer parte de los resultados de la investigación, que comenzó hace dos años, sobre la filtración a la prensa del nombre de la agente Valerie Plame, -presuntamente para desacreditar a su esposo, Joseph Wilson, por cuestionar los argumentos que llevaron a la guerra de Irak-, abriendo uno de los escándalos más graves que enfrenta el Gobierno de George W. Bush . Libby ha sido acusado de dos cargos de perjurio, otros dos de falso testimonio y uno de obstrucción de la justicia. De ser encontrado culpable de todos, podría ser condenado a 30 años de prisión y a una multa de 1.25 millones de dólares. En definitiva, de lo que se acusa a Libby no es de ser quien filtró el nombre de la agente secreta, algo bastante difícil de demos-trar, si no de mentir al gran ju-rado sobre las conversaciones que tuvo en junio y julio del 2003 con varios periodistas, entre ellos Matthew Cooper de Time, Judith Miller de The New York Times y Tim Russert de la cadena NBC News. Nada ha terminado Por su parte, el principal as-sor político del presidente, Karl Rove, otro de los involucrados en el soplo, se libró pero sólo de momento, pues sigue bajo in-vestigación. Aunque continuará en su despacho, desde el que ha orquestado las victorias electo-rales de Bush, deja al presidente en una incómoda posición por la sombra de duda que se cier-ne sobre él. El propio Cheney, cuya figura planeó sobre el caso -fue él quien le dijo a su ayudante que Valerie Plame era una agente encubierta- y cuyo nombre está contenido en las 22 páginas del informe del fiscal, también salió limpio. No obstante, los sustos para la Casa Blanca no se han acabado. Así, el juicio que se abrirá contra Libby podría sacar a la luz detalles de las conversaciones que el círculo íntimo de Bush mantuvo antes de la guerra en Irak para armar la estrategia que llevó a la invasión. Muchos de sus argumentos resultaron después ser falsos, como la realidad se encargó machaconamente de probar. Tras conocer la noticia, Cheney afirmó que aceptó la renuncia de su mano derecha con «gran pesar», definiéndole como «uno de las personas más inteligentes y capaces que he conocido». Desde Savannah (Georgia), apuntó además que «en nuestro sistema de gobierno un acusado goza de presunción de inocencia hasta que se demuestra lo contrario ante un jurado» Bush no hizo comentarios aunque al cierre de esta edición se anunció que se iba a dirigir a la prensa. La líder demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi, dijo que las acusaciones «marcan un triste día para América y son otro capítulo en la cultura de corrupción de Bush. Ahora que ha dimitido, Lewis Scooter Libby podría dedicarse a las artes adivinatorias. La prueba de sus dotes están en una broma que hace años, al principio del primer Gobierno de George W. Bush, en los «días felices», gastó a un ayudante: «Estaré en la Casa Blanca hasta que sea acusado de algo». Pues así ha sido. Conocido por su sarcasmo y negro sentido del humor, Libby ha caído en desgracia por no seguir la máxima que tanto le gusta repetir a su jefe, el todopoderoso vicepresidente Dick Cheney: «Nunca te metes en problemas por algo que no has dicho». Y él habló demasiado. Este abogado de 55 años, casado y con dos hijos, fue reclutado por Cheney, con quien según algunos guarda una relación casi filial -ambos veranean juntos en su casa de Wyoming-, porque se quedó impresionado por su diligencia y su capacidad de análisis. Eso fue cuando trabajaba en el Pentágono, después de pasar por el Departamento de Estado. Experto en armas de destrucción masiva, «pasión» que comparte con su jefe, fue uno de los consejeros de Bush que más presionaron para invadir Irak. Fue precisamente él uno de los responsables del famoso informe que Estados Unidos presentó ante la ONU como prueba irrefutable de que Sadam Huseín tenía armas nucleares, químicas y biológicas. Según una ex ayudante, «Libby es a Cheney lo que Cheney es a Bush». Más o menos, su mano derecha y su cerebro. A pesar de su estrecha relación con el vicepresidente, Scooter -el apodo que le puso su padre por lo rápido que gateaba de bebé- debe su meteórica carrera a otro de los halcones de la Casa Blanca: Paul Wolfowitz, el neoconservador que ahora dirige el Banco Mundial, pero que hasta hace poco era subsecretario de Defensa, y quien fue su profesor de Ciencia Política en los 70 durante sus años en Yale. Wolfowitz fichó a Libby en 1981 cuando trabajaba en el Departamento de Estado deslumbrado por su brillantez y, sobre todo, discrección. Una cualidad que le ha valido para asistir a las reuniones privadas del círculo más íntimo del presidente. Autor en 1996 del libro El aprendiz , en una ocasión dijo a The New York Time : «A veces sueño con convertirme en novelista, sentarme en Creta y beber vinos con nombres raros». Ahora tendrá tiempo.

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