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Publicado por
CARLOS REIGOSA
León

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LA OLA de violencia que se está viviendo en la periferia de París, que ofrece ya un saldo de centenares de coches y autobuses calcinados y muchos daños en las vías públicas, se ha convertido en una oportunidad política para el presidente Jacques Chirac y el primer ministro Dominique de Villepin, deseosos de librarse de la dura competencia futura de Nicolás Sarkozy, ministro del Interior. Sin embargo, no es seguro que el tiro les salga bien. La realidad es que la ya llamada «rebelión de las banlieues», que comenzó en Clichy-sous-Bois, una barriada que tiene muchos más aspectos conflictivos que un mero desorden por una causa concreta (la tolerancia cero de Sarkozy, como quieren hacer creer algunos). Esta ola se nutre de descon-tentos que tienen muy variados orígenes. Los barrios en que se da no están al margen de la ley y el orden, y sin embargo estos consienten en ellos unas zonas oscuras en las que se fragua la tensión que aflora con inusitada violencia. La presencia de un islamismo radical, la existencia de bandas de delincuentes vinculadas a la droga y la prostitución, la resistencia a la integración de inmigrantes que mantienen sus costumbres tribales (poligamia, matrimonios forzosos,...), constituyen el caldo de cultivo de una violencia pronta a manifestarse y arrasar las calles. ¿Tiene la culpa la consigna de tolerancia cero del ministro Sarkozy? No, sin duda, pero sí puede usarse como pretexto si se ve como gasolina para apagar incendios. De hecho, esto es lo que está ocurriendo al convertir a Sarkozy en el malo de la película. Pero la dureza de éste no ha sido reprobada por los franceses, aunque algunas de sus declaraciones incluyen calificativos agresivos que, no siendo distintos de los que se usan en la calle, quizá acaban por echarle más leña al fuego. ¿Quiénes son, según él, los que queman los coches y al-teran el orden? Delincuentes y canallas. ¿Es una simplificación excesiva? Villepin busca una acción alternativa que, de paso, descalifique a Sarkozy. Y se equivoca. La sociedad francesa necesita un Pepito Grillo como Sarkozy, sin pelos en la lengua para acusar a los franceses de su mala situación.

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