Diario de León

| Crónica | En la zona cero del terremoto |

«Aquí todo está arrasado»

Un mes después del seísmo que devastó Pakistán y segó más de 70.000 vidas, una visita a Balakot, la ciudad que sintió sus efectos con más fuerza, muestra la desolación

Un niño toma el desayuno en un campo de refugiados

Un niño toma el desayuno en un campo de refugiados

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En Balakot no hay ni una sola casa intacta. Las pocas que se mantienen en pie amenazan con derrumbarse en cualquier momento. La mayoría no son ya más que un montón de piedras y hierros retorcidos. El puente que cruza el río sigue en pie, pero sus ojos se apoyan sobre los pilares sólo en parte. Se ha desplazado más de medio metro. Una de las montañas que rodean la ciudad parece haberse partido por la mitad. Donde había una mezquita, sólo queda parte del minarete. De lo que era una escuela, un techo a ras de suelo y el recuerdo de los más de cincuenta niños que quedaron allí atrapados. Balakot es, un mes después del terremoto que arrasó Cachemira el 8 de octubre, la pura imagen de la destrucción. Las cifras lo confirman: 25.000 habitantes, 2.200 muertos, 1.800 heridos graves. «Yo no sé para qué viene esa gente de las oenegés y de los organismos internacionales, para a hacer análisis y más análisis. Ya se lo digo yo. La destrucción no es ni del 80%, ni del 90%, ni del 95%. Es del 100%. Porque incluso las pocas casas que han quedado en pie, si ustedes entran se darán cuenta de que no son habitables, de que se pueden caer en cualquier momento. La gente no quiere vivir en esos sitios. Así que a ver si en vez de hacer tantos estudios nos ponemos de una vez a trabajar aceptando la realidad. Aquí todo está arrasado». Al teniente coronel Saeed Iqbal le ha tocado la china. Su batallón fue enviado a dirigir las labores de socorro y ayuda en Balakot, la ciudad que más sufrió los efectos del seísmo de intensidd 7,6 en la escala de Richter que arrasó el este de Pakistán. Saeed no es un hombre contento. «La primera fase, la de atender a los heridos y recuperar a los muertos, ya terminó. Bueno, siguen apareciendo cuerpos aquí y allá, y hay gente que permanece desaparecida. Seguimos encontrando cuerpos. También hay falsas alarmas. Hace dos días nos alertaron de que salía mucho olor de debajo de unos escombros. No eran cadáveres, era una carnicería que había quedado sepultada y la carne se estaba pudriendo. Pero más allá de todo eso la fase de búsqueda y rescate ya ha terminado. Ahora el problema es el frío y el invierno. El frío llega y la gente no tiene dónde cobijarse. Y, créame, esa es una guerra, la del invierno, que estamos perdiendo y vamos a perder. Mucha gente va morir de frío». Descoordinación El teniente coronel tiene sus razones para ser pesimista. A la gente se le ha proporcionado tiendas de campaña que no sirven para aguantar el invierno. «Pueden valer para alturas de no más de 1.000 metros, y sólo para los primeros días», dice. Y la coordinación entre las oenegés, asegura, ha sido nefasta. «Algunas organizaciones han venido aquí y han hecho un buen trabajo. Pero muchas oenegés están aquí para figurar, para obtener fondos de sus donantes. Se solapan los esfuerzos continuamente. Tienen mucho dinero, y compran muchos materiales, pero cada una quiere hacer los repartos a su manera. Van dos oenegés y reparten la ayuda en un mismo sitio y dejan otro sin nada. En los últimos días ha habido algo más de coordinación, pero no mucha. Además, ahora la mayor parte de las oenegés se van a ir, ahora que son más necesarias». España se queda Cruz Roja Española es la única que se queda. Nos lo confirma Marta Trayner, la doctora jefe de la misión. «La Media Luna Roja paquistaní, con quien nosotros colaboramos, ha decidido que la emergencia se va a mantener durante los próximos seis meses. Es por el invierno. Pero la mayor parte de las oenegés se van en los próximos días», dice. Cuando Marta llegó el 17 de octubre, Balakot olía a muerte. «Ahora que el Ramadán ha terminado se está empezando a trabajar un poco. Hay varias máquinas que están empezando a retirar los escombros. Es que durante el Ramadán todo se paralizó. A nosotros nos perturbó un poco, porque teníamos problemas con los tratamientos. Ellos ayunan durante el día y, a veces, no aceptan ni tomar pastillas. Son sus costumbres y hay que respetarlas en la medida de lo posible. Pero sí, yo creo que las cosas están mejorando un poco. Al menos se ve más vida por las calles». Vida entre los escombros Será porque ya no tienen casa o porque han decidido superar la tragedia y echarse la vida a la espalda, pero Balakot es un hervidero de vida. Eso sí, de vida entre los escombros. Los primeros en abrir sus tiendas han sido los barberos. Sobre los cascotes de lo que debió ser su negocio, plantan un silla, una caja mugrienta con sus enseres y trabajan. Cortan, peinan y afeitan entre hierros retorcidos y restos de muebles. La gente va y viene a todas partes. Pareciera que sin motivo aparente, pero la ciudad es un bullicio. «Esto que ven arrasado fue un día una gran ciudad. La gente venía aquí de todas partes de Pakistán a pasar unos días con su familia. Hay lugares turísticos más arriba a los que la gente acudía. Ahora ya no queda nada», dice Shah. Arriba, en las montañas, quedan los que esperan la llegada del invierno. Balakot está a 900 metros de altura, pero hay aldeas que a 4.000. «Esa gente no va a aguantar con las tiendas de campaña que tienen. Estamos intentando convencerles para que bajen al valle y pasen el invierno en campamentos. Pero no quieren dejar sus tierras. Algunos morirán», sentencia Saeed.

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