Los ministros tratan de salvar a Blair de la hecatombre al perder su primera votación en el Parlamento

En la galería de ministros que desfilaron ayer en público para declarar la unidad del Gobierno con su líder, Tony Blair, y la poca importancia para el futuro de la pérdida del voto sobre la extensión del plazo de detención prevista en el proyecto de ley antiterrorista, al ministro de Interior, Charles Clarke, le tocó el papel estelar. El político que estudió Matemáticas en el King's College de Cambridge, pero que cultiva para su propia conveniencia la imagen pública de bruto, confesaba que todo es culpa suya. Que él prometió un pacto la semana pasada cuando era obvia la resistencia en los Comunes al proyecto de ley, pero que, tras el fin de semana, era tal la convicción que el pueblo mostró a los diputados sobre la idoneidad de la ley antiterrorista y tal la renovada convicción de victoria, que decidió abandonar la idea de retroceder. Avanzó. Y se equivocó. Eso decía Charles Clarke. De otra manera, venía a decir que mientras él se enrocaba en una estrategia que acabó en la noche del miércoles con el Gobierno perdiendo su mayoría de 66 escaños, Tony Blair no prestaba atención, por lo que dejó a Clarke la responsabilidad exclusiva de la tramitación de una ley que el primer ministro calificaba como prueba de su liderazgo. La derrota y la explicación de Clarke ofrecen la creciente sensación de un Gobierno que ha perdido el sentido de la realidad. La pérdida del voto en los Comunes de un Tony Blair acostumbrado a mayorías aplastantes ha traído como consecuencia una especulación intensa sobre el futuro del propio primer ministro. La sustitución o eliminación de los submarinos nucleares, la reducción del fraude en el subsidio de invalidez, las reformas profundas de la educación y la sanidad públicas forman parte de la agenda del Gobierno. ¿Podrá ahora Blair sacarlas adelante? ¿Podrá quedar ante la historia como algo más que el líder británico que metió a su país en la guerra de Irak? Esa es la cuestión.