| Análisis | Primer aniversario de la muerte de Yaser Arafat |
Abas, en el mausoleo de Arafat
A pesar de ser considerado por sus enemigos un obstáculo para la paz, a un año de su muerte casi nada ha cambiado en el conflicto palestino-israelí
Parece claro que si (como tanto insistió Israel) Yaser Arafat era un «obstáculo para la paz», no debía ser el único ni el más importante; porque lo cierto es que, doce meses después de su muerte en un hospital de París, esa paz ha hecho pocos progresos. Incluso esos pocos progresos, como la retirada israelí de Gaza o el tambaleante proceso democratizador de la Autoridad Palestina, no está claro en qué dirección caminan, si en la mala o en la peor. Por eso, los palestinos que se reunían el viernes en el solar de la Mukata de Ramalá para colocar la primera piedra del mausoleo del rais habrán tenido que hacer esfuerzos para escapar a la cruel ironía de este enterramiento. La Mukata fue, sucesivamente, una cárcel (británica) y el cuartel general del Ejército israelí. Ese paisaje lunar de escombros donde Arafat estuvo encerrado sus últimos tres años fue, sobre todo, el símbolo del fracaso de su apuesta por la negociación, el de su aislamiento y lo que era la característica principal de su carácter: no su supuesta «doblez» o su supuesto «cinismo» (cuántos absurdos se han dicho de este hombre), sino su indecisión y su soledad. Esa soledad de Arafat es lo que, sin querer, también retrata el museo naif que se inauguraba también ayer a pocos pasos del futuro mausoleo: unos bolígrafos, unas pastillas de mentol marca Fisherman's Friend, una figurilla de plástico de Santa Claus¿ Israel acusó a este hombre (nunca con pruebas) de embolsarse millones, pero la verdad es que el legado personal de Arafat resulta ser como su legado político: pobre y a la vez conmovedor. Su sueño de ser enterrado en Jerusalén se ha quedado en otra de sus numerosas derrotas maquilladas de victorias: su mausoleo, ha dicho el ministro de Obras Públicas palestino, se labrará en la piedra blanca y rosácea de la ciudad santa. Mientras, se publica una encuesta: un 73% de los palestinos le echa de menos. Por eso, y en un intento de ejercer un control sobre la memoria, el sustituto de Arafat, el grisáceo Mahmud Abas, ha reducido las conmemoraciones a la del viernes y otra ayer en Gaza. Se ha encargado, además, de que la placa que descubrió en la Mukata lleve su nombre junto al del rais, mientras en su discurso juraba seguir sus pasos. Lo está haciendo, a su pesar: un año después, Sharon ya dice de Abas lo que decía de Arafat: que es un obstáculo para la paz. El nombre de Abas, grabado en el mausoleo de aquel a quien tanto se enfrentó en sus últimos días, puede convertirse en una premonición.