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| Análisis | Cambios en Egipto |

Reforma electoral sin reforma política

Publicado por
Miguel Murado
León

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La violencia que ayer hacía acto de aparición en la campaña electoral egipcia es una pequeña señal de nerviosismo. Gobierno y observadores externos contaban con que la oposición islamista, los Hermanos Musulmanes obtendrían unos treinta escaños. Ellos mismos no esperaban más de cuarenta. Ya tienen 47 de 186, y todavía falta la tercera ronda de los comicios. Sumando que la oposición laica ha logrado formar un frente de doce pequeños partidos y que los Hermanos Musulmanes han llegado a un acuerdo con ellos para apoyarse en algunas circunscripciones claves, nadie duda de que la oposición egipcia va a obtener el mejor resultado de su historia. Pero esto no será tampoco mucho; no más de 150 de los 444 escaños electivos con que cuenta el parlamento (otros diez los designa el presidente). Puede, además, repetirse fácilmente lo sucedido hace cinco años, cuando los que habían sido elegidos como independientes se fueron luego uniendo al partido gubernamental (el PND de Mubarak) hasta dejar a la oposición en una escuálida delegación de treinta diputados. Egipto puede ser el país de la Esfinge, pero su política, como la de todos los regímenes autocráticos, entraña pocos misterios. Al menos de momento. De hecho, algunos piensan que el único cambio vendrá, por extraño que parezca, del propio PND; más extraño aún: del «tapado» del régimen, el propio hijo de Hosni Mubarak, Gamal, quien intenta reformar el partido y convertirlo en el motor de las reformas. Pero, de momento, tampoco él ha logrado transformar esta organización que cree firmemente en el nepotismo como ideología. Así las cosas, la única novedad significativa de estas elecciones legislativas es la relativa libertad de prensa y de campaña de que se ha gozado. Incluso los islamistas agradecen esta libertad que ellos aspiran a abolir, aunque es posible que los incidentes de ayer hayan atemperado algo su gratitud. El hecho de que la campaña electoral no haya girado en esta ocasión en torno a los problemas de la sociedad egipcia (fundamentalmente, la pobreza) sino en torno al proceso electoral mismo es ya de por sí revelador; tanto de lo poco que esperan los egipcios de su sistema parlamentario como de sus deseos de transformarlo, aunque sea lentamente.